sábado, 6 de junio de 2015

GANADORES DE LAS IX JUSTAS LITERARIAS




PRIMERA CATEGORÍA (1º Y 2º DE ESO)

PRIMER PREMIO: Y AHORA DESDE ARRIBA.
AUTORA: SARA RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ (COLEGIO SAGRADOS CORAZONES)

SEGUNDO PREMIO: MOHAMED, UN HÉROE DE GUERRA
AUTOR: MARCOS SOMOHANO TAMAYO (IES MARQUÉS DE SANTILLANA)


SEGUNDA CATEGORÍA (3º Y 4º DE ESO)

PRIMER PREMIO: DESIERTO

SEGUNDO PREMIO: LUCES Y SOMBRAS
AUTORA: CLAUDIA REVILLA GUTIÉRREZ (COLEGIO CASTROVERDE)


TERCERA CATEGORÍA (1º Y 2º DE BACHILLERATO)

PRIMER PREMIO: SUEÑO O PESADILLA
AUTORA: CRISTINA ALONSO DOSAL (IES MARQUÉS DE SANTILLANA) 

SEGUNDO PREMIO: HISTORIA DE UN FRACASADO
AUTOR: JUAN CARLOS CORDERO VÁZQUEZ (IES MARQUÉS DE SANTILLANA) 

 sigue leyendo

 


Y AHORA DESDE ARRIBA

-¡Uf, vaya días hemos tenido! Al fin hoy parece que amanece todo tranquilo. He tenido un invierno de lo más movidito. Espero que, a partir de ahora, todo empiece a ser un poco más tranquilo y con sol.
Llevo ya algún tiempo en lo alto de este tejado, acompañado de una familia de cigüeñas, que viven en el campanario de la iglesia. A veces me resultan un poco ruidosas y algo casquivanas. Se pasan mucho tiempo fuera del nido, escarbando en los prados con su pico.
 Como podéis comprobar mi vida ha cambiado mucho. Antes lo veía todo desde abajo y ahora todo desde arriba. El cambio me ha gustado, la verdad es que en ningún momento me podía imaginar qué iba a ser de mí, una vez que Pedro me depositó en el contenedor de las latas y recipientes. Allí me encontré con cachivaches de los más diversos colores y formas. No fue mucho tiempo el que pasé en aquel cajón oscuro, pues cuando empezaba a ser apretujado por otros, vino un camión y ¡Plaf! a dar vueltas. No os puedo contar mucho del trayecto, pues me sentía completamente mareado. Algunos chillaban, otros se reían a carcajadas: yo no sé en qué grupo estaba. Cuando volví a tener conciencia, estaba completamente aplastado, como una tortita pero sin nata. Después volvieron otra vez las vueltas y más vueltas. Pasé por sitios donde o pasaba calor o me congelaba, todo dependía de lo que tuviera cerca. Y así fue cómo de esa manera me fueron dando forma, pintando de colores y, cuando todo el mundo estuvo de acuerdo me metieron en una caja con otros gallos como yo y acabé en el escaparate de una tienda de regalos.
Allí me pasé todo el verano. Sin duda, fue muy entretenido, pues veía muchos zapatos, y también a quienes los calzaban.  Volví a ver algunos de cordones, manoletinas, de goma y mis favoritos, los de charol. Intenté reconocer a algunos de quienes los llevaban, pero no lo conseguí. Desde dentro del escaparate no se podía oír nada, y yo  también los conocía por su voz. Fue un tiempo frustrante, pues estaba muy familiarizado con ellos. Habían sido mis amigos, aunque ellos quizá no lo supieran. Cuando el sol daba de plano en el cristal, el dueño de la tienda echaba el toldo y ya no se veía nada, por lo que me dedicaba a descansar y disfrutar de la siesta.  Había momentos en los que  añoraba el bar de Pedro, pero en otros estaba muy distraído con todo lo que se movía frente a mí.
Con la llegada del otoño, alguien llegó a la tienda interesado en comprar una veleta. Yo no sabía qué era una veleta, hasta que el dueño se me acercó, me cogió y me llevó hasta el mostrador donde había otras cosas a las que también llamaban así. Aquel hombre de gorra azul me cogió, me miró y remiró; por arriba, por abajo. Decía cosas muy altisonantes: "Tiene un buen porte, resulta apuesto y señorial". Yo de esto nada entendía, hasta que el dueño dijo: "¡Sí, es muy bonito! Entonces, comprendí  que mi nuevo amo, me iba a poner en un lugar muy especial en su casa.
Y así fue cómo acabé en lo alto del tejado.
A lo largo de la semana no veo mucho a Diego, mi dueño, sino que veo más a una niña, que sale de casa con un carrito y a la vuelta viene a rebosar de comida.  Otras veces Diego viene y se queda contemplando como giro y giro sin parar para mirar la dirección del viento, pero como él dice estribor, proa y babor, porque como es marinero está acostumbrado a esas cosas, pero yo como soy una simple veleta no lo entiendo.
Diego a veces viene con una chica, que me parece recordar que se llama Carlota, pero su traje es distinto que el de Diego porque tiene muchas estrellas y medallas, y el color es distinto también. El de ella es azul marino y lleva un sombrero grande.
Esta tarde no los he visto. En cambio, había unos niños jugando al balón en el patio del vecino. Con lo tranquilo que estaba, y vienen los pájaros que me ponen todo perdido y, claro, me tiene que limpiar. Ya por la noche viene Diego y Carlota, como de costumbre, pero Diego se ha parado en la entrada y se ha arrodillado. Ha sacado una cajita de su bolsillo  y le ha dicho algo, tendría que ser muy importante porque Carla se ha puesto muy contenta y le ha abrazado.
En estos meses veo muy contento a Diego, hasta va dando pequeños saltitos hacia su coche para ir a trabajar. Creo que es la única persona que va contenta a trabajar, porque en el trabajo o en la escuela siempre hay gente que hace la vida imposible.
En estos meses he visto muchas cosas, como el perro nuevo de  la vecina de enfrente, la piscina del pueblo… y muchas cosas más de las que no me acuerdo.
Al final, llegó el día de la boda  después de tantos preparativos, que si estas flores, que si estas servilletas… y demás.
Carlota salió primero de casa, digo yo que para llegar a la iglesia y seguido Diego.
Pasó  un buen rato, y llegaron, pero muy tarde, para salir enseguida con un montón de maletas, pero parecían casi todas de Carlota por no decir todas.
Después de unos días, vienen del viaje. Yo en ese tiempo, había visto diferentes cosas como, por ejemplo, la mudanza de los señores Díaz con las pequeñas Cristina y Martina. Todo el día jugando a disfrazar a su perro de caballero para salvar a la princesa. Pero eso no es lo mejor; en su tejado hay otra veleta  con forma de cerdita. Y la señora María que sus nietos la cuidan y la miman.
Un día, Carlota se tiene que ir a una misión especial al océano Pacífico durante una semana, mientras que Diego se tiene que quedar en casa esperando a que llegue.
Después de pasar la semana, viene Carlota. Las cosas han cambiado mucho de cómo eran  antes a ahora: ahora se oyen gritos y demás, veo venir camiones de mudanzas, y también como salen maletas…
Al final Diego vendió la casa, y yo me quedé aparcado en el trastero sin poder ver las cosas cotidianas de la gente.




MOHAMED, UN HÉROE DE GUERRA

Me llamo Mohamed y vivo en Mashhad, una ciudad de Irán.
Mi relato empieza en 2009, cuando yo tenía 8 años. Aunque en mi país había guerra yo nunca la había visto de cerca hasta que un día empecé a oír gritos, disparos y una gran explosión golpeó mis tímpanos. Los militares habían entrado inesperadamente en la ciudad. A mí, al igual que otros niños, me capturaron en la calle mientras jugaba; a otros les sacaron de las escuelas o de sus casas. Nos obligaron a formar y, a los más valientes que se atrevían a escapar, les disparaban y mataban sin piedad. Tuve miedo.
Entre el ambiente desolador del humo de las casas que habían empezado a arder, los escombros que se agolpaban sobre el suelo y los cuerpos de algunos muertos, destacaban los gritos de los soldados pidiéndonos que saliéramos de la ciudad. ¡Qué habría sido de mi familia!. ¡Aunque hubieran sobrevivido, nunca volvería a verlos porque ir en mi busca significaría su muerte!.
Nuestra aldea era humilde pero se habían encargado de saquear todas las cosas de valor y nos obligaron a caminar con ellas por el campo durante días y noches, sin apenas comida ni agua. No sabía dónde nos llevaban ni por qué teníamos que andar tanto. Parábamos de vez en cuando para descansar y dormíamos al borde del camino agotados por el cansancio aunque el dolor y la tristeza apenas nos permitía pegar ojo.
Una tarde por fin llegamos al campamento donde estaba la base de los militares. Nos distribuyeron en grupos y nos adjudicaron diferentes jefes. A mí me tocó servir de ayudante a un capitán. Tenía que lavar ropa, buscar leña, ir a recoger agua, hacer la comida y limpiar la tienda. Cuando caía la noche dormía fuera, sobre el suelo, pegado a otros niños para conservar el calor; nos tapábamos con una manta raquítica y vigilábamos que no ocurriera nada a nuestro alrededor.
Así estuve un tiempo, cumpliendo humildemente con mis obligaciones, mientras los adultos iban y venían de sus luchas aunque nada me interesaba el éxito de la batalla. Había perdido todo contacto con mi familia  -a quien nunca olvidé-, empecé a hacer nuevos amigos y me acostumbré a vivir cómodamente. Pero un día nos agruparon a todos los niños y nos mandaron que nos pusiéramos en marcha. Caminamos por largos senderos hasta que llegamos a nuestro destino, un campo de entrenamiento. Entonces nos dijeron que nos iban a convertir en soldados; sólo así seríamos auténticos hombres.
Durante un tiempo nos enseñaron a disparar, a preparar explosivos y emboscadas, a atacar y defendernos, a camuflarnos en la selva, a sobrevivir… y, sobre todo, a tener valor. De vez en cuando nos daban charlas para explicarnos que estábamos allí para luchar por la libertad y para que todo el mundo fuera feliz. Al principio yo me lo creí y pensé que valía la pena sacrificarse.
Cuando nuestros jefes pensaron que ya estábamos listos para luchar, una noche nos llevaron ante una especie de hechicero. Éste nos hizo un conjuro, nos pasó unas hierbas y piedras mágicas por el cuerpo y nos dijo que nos darían poder. A partir de ese momento éramos invencibles, las balas del enemigo nunca nos tocarían y, por tanto, no moriríamos en combate porque una especie de Dios nos protegería. Solo si durante la batalla intentábamos huir, dejaría de protegernos. En ese momento sentí que era fuerte y que no volvería a tener miedo.
De vuelta al campamento nos entregaron el uniforme de soldado y, por un momento, me vi mayor pero el verdadero poder le sentí cuando nos proporcionaron un arma.
A los pocos días nos llamaron para nuestro primer encargo. Nos esperaba el enemigo. Pensaba que el primer día de combate tenía que ser importante para un soldado pero me sentía nervioso y angustiado.
Partimos al amanecer. Avanzamos entre las montañas y mientras caminábamos hacia nuestro objetivo me iba emocionando al reconocer el paisaje que me llevaba de vuelta a mi ciudad. Había sido reconstruida tras el ataque y solo pensaba en cuál sería nuestra misión allí. ¿Tendría que enfrentarme a mis amigos? ¿Secuestrar a nuevos niños? Y mi familia ¿qué habría sido de ella?.
Se nos ordenó atacar, coger las cosas de valor y buscar nuestras casas para terminar con los que allí estuvieran. Cuando llegué a la mía, me vi cara a cara con mis padres y alguno de mis hermanos. Me sentí aliviado; estaban vivos. Sus rostros reflejaban miedo y terror y las lágrimas empezaban a brotar de sus ojos. No se atrevían a acercarse a mí y yo no sabía qué hacer. Por un lado quería abrazarles pero, por otro, tenía miedo de que me viesen como un rebelde y me mataran.
Los tenía en el punto de mira para disparar pero no podía hacerlo; no podría vivir con el remordimiento y la pena el resto de mis días. Salí corriendo y me escondí entre unos matorrales. Pero los soldados me habían visto y me seguían. Cada vez se acercaban más y más. Me dispararon, me hirieron en una pierna y perdí el conocimiento. Cuando desperté, me habían hecho prisionero. Fui llevado con los demás heridos a un hospital en donde permanecí dos meses. Un médico me dijo que necesitaba descansar para reponer fuerzas puesto que estaba herido y había perdido mucha sangre. Mientras estuve en la camilla me dio tiempo para reflexionar y darme cuenta de que no luchábamos por la libertad sino para conseguir dinero para los poderosos. Yo tenía claro que no quería matar ni robar aunque me consideraran un traidor. Yo quería que la guerra terminara. No era buena para nadie.
Por eso, de vuelta al campamento, intenté convencer a alguno de mis amigos de que teníamos que salir de allí. Ellos tampoco eran felices. Conocíamos bien el lugar y sabíamos que el mejor momento era la noche, mientras los jefes dormían. Decidimos arriesgarnos y aplicar todo lo que habíamos aprendido. Los prisioneros empezamos a rodar por el suelo. Nos camuflamos entre los matorrales y con un bisturí que habíamos robado en el hospital nos cortamos las cuerdas que ataban nuestros pies y manos. Pero alguien se había dado cuenta de nuestra huida y nos empezaron a disparar. Corrimos como nunca lo habíamos hecho y nos escondimos en una cueva para que los militares perdieran nuestra pista. Esperamos un tiempo a que se calmara la situación; sobrevivimos con lo que nos daba la naturaleza y, entonces, decidimos regresar a nuestra ciudad.
Los vecinos al vernos corrieron aterrados hacia sus casas pero les explicamos lo que había sucedido. No lo podían creer. Daban saltos de alegría y nos aclamaban como si fuésemos héroes de guerra. Inmediatamente nos perdonaron. Nosotros no queríamos ser soldados. Nos habían preparado para disparar y matar pero nos habían obligado. La pesadilla, por fin, había terminado.
Me reencontré con mi familia y nos abrazamos.
A partir de entonces nos dedicamos a enseñar a nuestro pueblo algunas de las cosas que habíamos aprendido para que supieran defenderse de los ataques.
Poco tiempo después oímos que se había firmado el alto al fuego.
Han pasado algunos años desde que volví aunque nunca he olvidado aquella etapa de mi vida. Y no puedo evitar sentir un gran odio contra los que cometen estas crueldades con los niños y niñas y quiero ayudar para que nunca más se vean forzados a ser soldados.



LUCES Y SOMBRAS

Sábado 25 de Abril de 2015-22:45 p.m.
Al fijarme bien en la gruta a la que voy a entrar veo que,  aunque mal definidos, se distinguen los rasgos de lo que podía ser una gran cabeza tallada en la piedra, pero eso no me acobarda y entro a paso seguro en busca de mi objetivo.
A medida que me voy adentrando en la gruta, el pasillo terroso se vuelve más oscuro y lúgubre y me veo obligada a encender una antorcha para alumbrarme de la que solo surge una pequeña mecha, pero en vez de tranquilizarme me inquieta aún más debido a que la débil luz parpadeante que emite refleja mi sombra en las húmedas y claustrofóbicas paredes, como si me hallase dentro de un diamante pulido hasta la saciedad y me viese reflejada en cada una de sus paredes.
Pero, a pesar del miedo, avanzo a pasos rápidos por el pasillo hasta llegar a una bifurcación que me hace detenerme y pensar mis posibilidades, entorno los ojos y fijo la vista en el camino de la derecha. A lo lejos puedo distinguir una pequeña luz, así que echo a correr desesperada por hallar la fuente de la luz; a mi camino las paredes se vuelven de piedra, por lo que tengo el presentimiento de que he tomado la dirección correcta.
A pocos metros de llegar, me detengo y dejo que mi pulso y mi respiración, ambos desbocados, se calmen devolviendo el silencio al pasillo, doy un paso y el eco me responde con otro paso. Estoy tal alterada que, instintivamente, llevo las manos a la empuñadura de mi espada y desenvaino, pero no puedo estar tan nerviosa, no tan cerca, por lo que doy un paso…, y otro paso, y así hasta llegar al final del pasillo para ver lo que me depara el camino que he escogido, guiándome por una pequeña luz.
Al llegar veo una gran sala de paredes de cristal de más o menos 30 metros cuadrados. Sin previo aviso un escalofrío me recorre la espalda a la vez que súbitamente tengo la sensación de estar siendo vigilada. Lentamente me doy la vuelta y mis temores se cumplen, hay alguien esperándome.
Ese alguien va encapuchado…
                          Y lleva una espada…
                                                       Esa espada…
                                                                      Es la mía…
La reconocería en cualquier parte, tiene la misma empuñadura de acero negro con las mismos grabados en la piedra obsidiana que la embellece formando el pomo, la hoja azulada es larga y fina como una hoja de papel, reconozco las melladuras que la recorren hasta llegar a la guarda, que se curva en unos delgados hierros de los que parte llegan hasta el pomo y sirven de protección para mi mano.
Estoy paralizada mirando la espada de mi contrincante y no me percato de que ha dado varios pasos y ahora está situado a pocos pasos de mí.
Lleva una capucha que le cubre el rostro y la mayoría del cuerpo, pero aun así puedo ver que no está hecho de carne y hueso, si no de algo oscuro y viscoso parecido a las sombras de las que huía, como si fuese una recreación de mis temores. Entonces, con lenta parsimonia se quita la capa que cae silenciosamente al suelo  y puedo ver su rostro, un rostro que hace que me cueste mantenerme en pie, reconozco la forma de la cara y la forma de la boca, y a pesar de que sus ojos solo son dos huecos sangrientos también les reconozco, porque ese rostro que hasta hace unos segundos estaba cubierto por una capucha es el mío.
No me da tiempo a recuperarme del impacto, porque sin darme tiempo a desenvainar se lanza hacia mí con la espada en alto; de un salto poco elegante esquivo el ataque y me coloco en posición, piernas separadas y flexionadas y la punta de la espada hacia el corazón de mi objetivo con  las manos sujetando firmemente la empuñadura. Mi sombra vuelve a atacarme, pero esta vez no la esquivo, giro la espada y detengo su estocada a pocos centímetros de mi cabeza; contraataco y, de un salto, me coloco detrás de ella; con rapidez hago una finta directa a su clavícula, pero se da la vuelta a la velocidad del rayo y la detiene.
El entrechocar de nuestras espadas resuena durante un largo rato hasta que, temiendo no aguantar del agotamiento, retrocedo, en parte, obligada, en parte, estratégicamente, hasta colocarme con la espalda contra la pared para no tener que preocuparme tanto por cubrírmela. La sombra continúa atacándome sin piedad hasta que consigo herirla con mi espada en la cadera, es apenas un arañazo, pero aun así retrocede y me preparo para escapar cuando noto arder la cadera. Involuntariamente, me llevo una mano para comprobar si tengo una herida y, cuando retiro la mano, veo que la tengo manchada de sangre roja, pegajosa, de mi propia sangre…y me doy cuenta: si hiero a mi sombra me hiero a mí misma…
Asustada, trato de huir, pero mi sombra se abalanza sobre mí para atacarme de nuevo con más fuerza que antes. De milagro logro repeler el golpe y salir corriendo hacia el pasillo, pero cuando logro alcanzarla, mi sombra me ataca de nuevo llena de furia.
 Aguanto unos cuantos golpes más sin intentar contraatacar hasta que con un movimiento rápido, pero previsible, dirige su espada hacia mi costado derecho. La detengo fácilmente, pero me doy cuenta de la trampa cuando ya es demasiado tarde y ha lanzado el verdadero golpe contra el lado izquierdo. A pesar de lograr detener el golpe, trastabillo y caigo hasta caer tras mi espada, que ha salido volando del golpe, perdiéndose en el pasillo
La veo cerca de mí y trato de alcanzarla mientras mi sombra se acerca con la espada en alto y el filo apuntando hacia mi garganta. Extiendo todo lo que puedo mi brazo y mis dedos consiguen tocar la empuñadura; mi sombra está a dos pasos…, a uno. Recojo mis brazos para darme el impulso necesario y apartarme justo cuando clava su espada  en el lugar donde me encontraba segundos antes. A duras penas me pongo de pie y me vuelvo dispuesta a atacarla. Nuestras espadas chocan, y tras un largo rato, encuentro un hueco en su guardia. Sin parame a pensar en las posibles consecuencias, dirijo mi espada hacia sus costillas con los dedos blancos de hacer fuerza sobre la empuñadura dispuesta a acabar con ella de una vez por todas…y la espada encuentra un lugar para hundirse…
Mi sombra llega retrocediendo hasta la pared, donde se queda quieta con la cabeza caída, pero aun así no suelto la espada ni la retiro hasta cerciorarme de que no puede hacerme daño. Cuando lo hago, veo que se ha formado una macabra sonrisa blanca en su cara oscura carente de sentido hasta que noto un dolor frío en el estómago y bajo la vista…tengo su espada clavada en el vientre, retrocedo hasta que caigo de rodillas y mi mente se pierde en el negro abismo de la muerte.
Domingo 26 de Abril del 2015-1:05 a.m.
Despierto en mi habitación sudando y con la boca seca en un mare magnum de mantas. Lo primero que hago es mirar si tengo alguna herida recorriendo con los dedos fríos y temblorosos mi vientre, esperando encontrar una brecha sangrienta, pero nada, todo ha sido una pesadilla…aunque ¡parecía tan real!
Me levanto a beber un vaso de agua recorriendo el pasillo con los pájaros del miedo volando a mi alrededor y al entrar en la cocina veo de refilón mi sombra, que parece tener el reflejo de una sonrisa, pero cuando me doy la vuelta dispuesta a atacarla solo la veo  pacíficamente caída en el suelo, unida a mis pies…No me puede hacer nada, porque solo puede imitar mis movimientos…Todo ha sido un sueño…no ha ocurrido más que en mi mente.
Aún inquieta, vuelvo a la cama y me percato de que no recuerdo el objetivo que tenía en el sueño, a lo mejor solo pretendía aprender a defenderme de mí misma, porque una cosa tengo clara: no hay mayor peligro que uno mismo. Si alguna vez vuelvo a soñar con ello, mi objetivo será vencerme a mí misma y volverme más fuerte.
Aunque me da un poco de miedo que pueda soñar, vuelvo a dormirme rápidamente.

Domingo 26 de Abril de 2015- 1:27 a.m.
Al fijarme bien en la gruta a la que voy a entrar veo que, aunque mal definidos, se distinguen los rasgos de lo que podía ser una gran cabeza tallada en piedra, pero eso no me acobarda y entro a paso seguro en busca de mi objetivo, sujetando firmemente una antorcha en la que arde una gran llama que ilumina el amplio cielo nocturno…



  SUEÑO O PESADILLA

No soy tu típica chica adolescente; soy la chica invisible, la chica en la que nadie fija su vista o sus pensamientos por más de dos segundos. Y créeme, eso no es un problema. Porque si tú supieses lo que yo sé, si tú estuvieses tan rota por dentro como lo estoy yo, no querrías que nadie te viera realmente. Sin embargo, hubo una vez en la alguien reparó en mí y su recuerdo nunca me abandonará. Me llamo Alejandra Ripoll y ésta es mi historia.
Convivir con mi familia nunca fue fácil. El día en el que mi vida cambió para siempre no fue una excepción. Me levanté al oír el llanto desconsolado de un bebé. Lucas, mi hermano, debería haber comido hace horas pero mi madre no parecía estar en casa como tampoco mi hermana mayor. No me sorprendió; si había una ‘norma’ que se cumpliese en nuestra familia era el egoísmo. Ambas estarían con el chico de la semana, estar en una relación seria no era, ni de lejos, algo que estuviesen buscando. Otra característica de nuestra familia era la incapacidad de establecer vínculos afectivos verdaderos, ya fuese entre nosotras mismas o con cualquier otra persona. La falta de cariño nunca me molestó pero el abandono que sufría Lucas me enfurecía y me partía el corazón. ¿Cómo es posible ignorar y descuidar a una criatura tan dulce e inocente? Lo estaba alimentando con lo que había podido encontrar en la desierta nevera, cuando mi resacosa madre entró por la puerta. Los momentos siguientes estuvieron cargados de reproches e improperios: una mañana normal en la casa de las Ripoll.
Más tarde recibí la llamada de una amiga, preguntándome si quería ir de compras. No le comenté que comprar no era algo que me pudiese permitir y acepté. Necesitaba salir de aquella casa lo antes posible. Mi único remordimiento era dejar a Lucas solo con esas arpías. Quedé con Julia en el centro poco después y dimos una vuelta. Poder hablar de cosas normales como una chica de mi edad con una amiga fue un soplo de aire fresco; no me había dado cuenta de cuánto echaba de menos salir con mis amigos.
Mientras Julia iba a mirar cierta tienda carísima de calzado, yo aproveché para ir al lavabo. Sin embargo, nunca llegué. Estaba caminando cuando me choqué con un muro. Bueno, no un muro exactamente, sino un pecho muy firme. Cuando por fin fui capaz de apartar la mirada de ese majestuoso pecho, la persona a la que pertenecía ya me había dicho algo. Y entonces mis ojos se encontraron con la mirada más verde que jamás había visto, un color que me recordó a una pradera en un soleado día de verano. Mis mejillas debían de echar fuego, estoy segura. El chico se debió percatar de que no me había enterado de nada de lo que había dicho porque me dedicó una cálida sonrisa y lo repitió. Se disculpó y se presentó como Marc. Apenas pude mascullar alguna palabra, todavía en shock de que alguien como él pudiese estar hablando conmigo. Sugirió quedar más tarde para remediar la forma en la que nos habíamos conocido y, para mi sorpresa, no pude evitar aceptar felizmente. Intercambiamos nuestros números y nos despedimos.
Volví a encontrarme con Julia pero no le conté nada sobre mi encuentro con Marc. Todo parecía demasiado perfecto para ser cierto y, en cierta medida, dudaba seriamente que lo fuese. En mi casa me cambié de ropa e hice todo lo posible por arreglar mi aspecto, aunque con poco éxito. Me encontré con Marc en una taberna del centro, un lugar perfecto para hablar durante horas y, al parecer, con el compañero ideal para ello. Debo decir que no acostumbraba a salir con chicos tan rápidamente pero lo cierto es que no salía con chicos, de ninguna manera.
Conversamos durante lo que parecieron horas y escasos minutos al mismo tiempo, nunca faltó un tema que nos interesase a ambos. Él se mostró muy dulce y caballeroso todo el tiempo, preguntándome continuamente si estaba a gusto o si quería ir a otro sitio. Ahora veo la gran ironía en todo esto. Fuimos a cenar a un restaurante italiano y luego, a pesar de no ser mi ‘rollo’, acepté bailar un rato en un pub cercano.
A la mañana siguiente, me desperté desorientada y tras haber tenido una pesadilla aterradora. No podía recordar nada pero mi cuerpo todavía estaba en alerta, como si me encontrase en medio de ese sueño todavía. Poco sabía yo que mi pesadilla no había hecho nada más que comenzar. Lentamente mis ojos se fueron haciendo a la tenue luz que alumbraba la habitación en la que había despertado. Pude distinguir un colchón viejo, sobre el que me encontraba, y algunas estanterías llenas de utensilios más al fondo de la habitación. No lograba comprender dónde me hallaba o cómo había llegado ahí; traté de hacer memoria pero cualquier recuerdo posterior a llegar a aquel pub con Marc parecía fuera de mi alcance. Me sentía muy débil, todo el cuerpo me dolía  y tenía un desagradable sabor metálico en la boca. Las luces se encendieron repentinamente y entonces pude ver a Marc en la puerta con lo que parecía ser un minúsculo vaso de agua. No lograba comprender nada de aquella situación. Esta vez, cuando me fijé en su rostro, ya no era una sensación de calidez o felicidad la que me invadía sino el más puro desprecio. Dejó el vaso en el suelo, la oscuridad llenó la habitación y, al poco tiempo, esa misma oscuridad me tragó.
Pasé, lo que supongo que fueron varios días, vagando entre mis pesadillas y el mundo real. Cada día estaba más débil y sólo veía la luz cuando Marc entraba y dejaba el vasito de agua a unos centímetros de mí. Notaba una resistencia que me obligaba a quedarme donde estaba y descubrí que mi pie estaba esposado a una tubería. Una vez más, no entendía nada. Marc parecía tenerme captiva en una especie de sótano pero ¿por qué? No tenía sentido. Y entonces, durante una de mis pesadillas, me invadieron unas imágenes demasiado dolorosas vívidas como para ser un simple sueño. Eran recuerdos, terribles recuerdos de cómo Marc había abusado de mí en todas las maneras imaginables aquella noche. Lloré durante horas y horas, sintiéndome sucia y asquerosa. No quedaba una parte en mí que no pareciese estar podrida, manchada. No podía ni mirarme.
Pensé que aquello era lo peor que me podía ocurrir pero Marc comenzó a pasar más tiempo en el sótano. Parecía inmune a mis lágrimas, gritos e insultos; simplemente se sentaba y me observaba mientras reía en silencio. Y fue a peor, la pesadilla se había adueñado de cada momento que pasaba despierta. La pesadilla se había convertido en mi vida.
Marc pasaba las noches en el sótano, rompiéndome cada vez más hasta que ya no quedó nada de la chica que decidió darse un respiro fuera de casa e ir de compras con su amiga. Poco después, a los abusos físicos se sumaron los maltratos psicológicos. Cada día venía más enfurecido y, al ver que ya no lloraba ni sollozaba pidiendo clemencia, se encolerizaba aún más. No comprendía que ya no había nada en mí que pudiera destrozar; había acabado con todo hace tiempo. Había días en los que la esperanza de poder ver a Lucas algún día casi me devolvía las ganas de vivir, de luchar, pero era una sensación efímera. Otras veces reía sin humor ante la idea de cómo engañan las apariencias. Había conocido a un chico guapísimo, con un exterior impoluto e inmediatamente lo había calificado como material de ensueño. En realidad, desconcertada por un poco de atención, me encontraba encerrada por un chico cruel, enfermo y podrido, material perfecto para la más aterradora de mis pesadillas.
Pasado el tiempo, algo cambió en mí, podía sentirlo. Podía sentir en mi interior como llevaba a otra persona. No me lo podía creer, llevaba en mi vientre al hijo del mismísimo diablo. No sé cuántas veces intenté acabar con aquello pero nunca fui capaz de hacerlo. Eventualmente, la idea de que este futuro bebé, inocente a pesar de su padre, pasase por lo mismo que yo, me animó a luchar y a poner resistencia. Con el paso de los meses, él se enteró y pude ver cómo algo cambiaba. Cada vez era más violento, me trataba con más desprecio y me odiaba más. Trataba de no darme en la barriga, a pesar de que repetía continuamente lo que despreciaba a esa criatura por la desgraciada madre que tenía. Supe lo que significaba ese cambio. Me iba a matar. Me va a matar. No puedo explicarlo pero sé que, en el momento en el que tenga al bebé, se deshará de mí.
No soy tu típica chica adolescente, ni siquiera sé si soy una adolescente ya; soy la chica invisible, la chica en la que nadie fija su vista o sus pensamientos por más de dos segundos. Y créeme, eso no es un problema. Porque si tú supieses lo que yo sé, si tú estuvieses tan rota por dentro como lo estoy yo, no querrías que nadie te viera realmente. Sin embargo, hubo una vez en la alguien reparó en mí y, ojalá nunca lo hubiese hecho porque se convirtió en mi peor pesadilla. Me llamo Alejandra Ripoll y te he contado mi historia. Sé que el contenido de esta carta no es agradable, nadie quiere oír estas cosas pero moriré pronto y no puedo permitir que mi sufrimiento quede impune y pase al olvido. Seas quien seas, si estás leyendo esto, te ruego que busques justicia.
Dieciséis años después, Carla terminó de leer la carta que había encontrado tras un armario y trató de asimilar el desgarrador contenido de la misma. Oyó un ruido escaleras arriba y la escondió rápidamente, su padre estaba en casa. Su padre... Marc.

No soy tu típica chica adolescente; soy la chica invisible, la chica en la que nadie fija su vista o sus pensamientos por más de dos segundos. Y créeme, eso no es un problema. Porque si tú supieses lo que yo sé, si tú estuvieses tan rota por dentro como lo estoy yo, no querrías que nadie te viera realmente. Sin embargo, hubo una vez en la alguien reparó en mí y su recuerdo nunca me abandonará. Me llamo Alejandra Ripoll y ésta es mi historia.
Convivir con mi familia nunca fue fácil. El día en el que mi vida cambió para siempre no fue una excepción. Me levanté al oír el llanto desconsolado de un bebé. Lucas, mi hermano, debería haber comido hace horas pero mi madre no parecía estar en casa como tampoco mi hermana mayor. No me sorprendió; si había una ‘norma’ que se cumpliese en nuestra familia era el egoísmo. Ambas estarían con el chico de la semana, estar en una relación seria no era, ni de lejos, algo que estuviesen buscando. Otra característica de nuestra familia era la incapacidad de establecer vínculos afectivos verdaderos, ya fuese entre nosotras mismas o con cualquier otra persona. La falta de cariño nunca me molestó pero el abandono que sufría Lucas me enfurecía y me partía el corazón. ¿Cómo es posible ignorar y descuidar a una criatura tan dulce e inocente? Lo estaba alimentando con lo que había podido encontrar en la desierta nevera, cuando mi resacosa madre entró por la puerta. Los momentos siguientes estuvieron cargados de reproches e improperios: una mañana normal en la casa de las Ripoll.
Más tarde recibí la llamada de una amiga, preguntándome si quería ir de compras. No le comenté que comprar no era algo que me pudiese permitir y acepté. Necesitaba salir de aquella casa lo antes posible. Mi único remordimiento era dejar a Lucas solo con esas arpías. Quedé con Julia en el centro poco después y dimos una vuelta. Poder hablar de cosas normales como una chica de mi edad con una amiga fue un soplo de aire fresco; no me había dado cuenta de cuánto echaba de menos salir con mis amigos.
Mientras Julia iba a mirar cierta tienda carísima de calzado, yo aproveché para ir al lavabo. Sin embargo, nunca llegué. Estaba caminando cuando me choqué con un muro. Bueno, no un muro exactamente, sino un pecho muy firme. Cuando por fin fui capaz de apartar la mirada de ese majestuoso pecho, la persona a la que pertenecía ya me había dicho algo. Y entonces mis ojos se encontraron con la mirada más verde que jamás había visto, un color que me recordó a una pradera en un soleado día de verano. Mis mejillas debían de echar fuego, estoy segura. El chico se debió percatar de que no me había enterado de nada de lo que había dicho porque me dedicó una cálida sonrisa y lo repitió. Se disculpó y se presentó como Marc. Apenas pude mascullar alguna palabra, todavía en shock de que alguien como él pudiese estar hablando conmigo. Sugirió quedar más tarde para remediar la forma en la que nos habíamos conocido y, para mi sorpresa, no pude evitar aceptar felizmente. Intercambiamos nuestros números y nos despedimos.
Volví a encontrarme con Julia pero no le conté nada sobre mi encuentro con Marc. Todo parecía demasiado perfecto para ser cierto y, en cierta medida, dudaba seriamente que lo fuese. En mi casa me cambié de ropa e hice todo lo posible por arreglar mi aspecto, aunque con poco éxito. Me encontré con Marc en una taberna del centro, un lugar perfecto para hablar durante horas y, al parecer, con el compañero ideal para ello. Debo decir que no acostumbraba a salir con chicos tan rápidamente pero lo cierto es que no salía con chicos, de ninguna manera.
Conversamos durante lo que parecieron horas y escasos minutos al mismo tiempo, nunca faltó un tema que nos interesase a ambos. Él se mostró muy dulce y caballeroso todo el tiempo, preguntándome continuamente si estaba a gusto o si quería ir a otro sitio. Ahora veo la gran ironía en todo esto. Fuimos a cenar a un restaurante italiano y luego, a pesar de no ser mi ‘rollo’, acepté bailar un rato en un pub cercano.
A la mañana siguiente, me desperté desorientada y tras haber tenido una pesadilla aterradora. No podía recordar nada pero mi cuerpo todavía estaba en alerta, como si me encontrase en medio de ese sueño todavía. Poco sabía yo que mi pesadilla no había hecho nada más que comenzar. Lentamente mis ojos se fueron haciendo a la tenue luz que alumbraba la habitación en la que había despertado. Pude distinguir un colchón viejo, sobre el que me encontraba, y algunas estanterías llenas de utensilios más al fondo de la habitación. No lograba comprender dónde me hallaba o cómo había llegado ahí; traté de hacer memoria pero cualquier recuerdo posterior a llegar a aquel pub con Marc parecía fuera de mi alcance. Me sentía muy débil, todo el cuerpo me dolía  y tenía un desagradable sabor metálico en la boca. Las luces se encendieron repentinamente y entonces pude ver a Marc en la puerta con lo que parecía ser un minúsculo vaso de agua. No lograba comprender nada de aquella situación. Esta vez, cuando me fijé en su rostro, ya no era una sensación de calidez o felicidad la que me invadía sino el más puro desprecio. Dejó el vaso en el suelo, la oscuridad llenó la habitación y, al poco tiempo, esa misma oscuridad me tragó.
Pasé, lo que supongo que fueron varios días, vagando entre mis pesadillas y el mundo real. Cada día estaba más débil y sólo veía la luz cuando Marc entraba y dejaba el vasito de agua a unos centímetros de mí. Notaba una resistencia que me obligaba a quedarme donde estaba y descubrí que mi pie estaba esposado a una tubería. Una vez más, no entendía nada. Marc parecía tenerme captiva en una especie de sótano pero ¿por qué? No tenía sentido. Y entonces, durante una de mis pesadillas, me invadieron unas imágenes demasiado dolorosas vívidas como para ser un simple sueño. Eran recuerdos, terribles recuerdos de cómo Marc había abusado de mí en todas las maneras imaginables aquella noche. Lloré durante horas y horas, sintiéndome sucia y asquerosa. No quedaba una parte en mí que no pareciese estar podrida, manchada. No podía ni mirarme.
Pensé que aquello era lo peor que me podía ocurrir pero Marc comenzó a pasar más tiempo en el sótano. Parecía inmune a mis lágrimas, gritos e insultos; simplemente se sentaba y me observaba mientras reía en silencio. Y fue a peor, la pesadilla se había adueñado de cada momento que pasaba despierta. La pesadilla se había convertido en mi vida.
Marc pasaba las noches en el sótano, rompiéndome cada vez más hasta que ya no quedó nada de la chica que decidió darse un respiro fuera de casa e ir de compras con su amiga. Poco después, a los abusos físicos se sumaron los maltratos psicológicos. Cada día venía más enfurecido y, al ver que ya no lloraba ni sollozaba pidiendo clemencia, se encolerizaba aún más. No comprendía que ya no había nada en mí que pudiera destrozar; había acabado con todo hace tiempo. Había días en los que la esperanza de poder ver a Lucas algún día casi me devolvía las ganas de vivir, de luchar, pero era una sensación efímera. Otras veces reía sin humor ante la idea de cómo engañan las apariencias. Había conocido a un chico guapísimo, con un exterior impoluto e inmediatamente lo había calificado como material de ensueño. En realidad, desconcertada por un poco de atención, me encontraba encerrada por un chico cruel, enfermo y podrido, material perfecto para la más aterradora de mis pesadillas.
Pasado el tiempo, algo cambió en mí, podía sentirlo. Podía sentir en mi interior como llevaba a otra persona. No me lo podía creer, llevaba en mi vientre al hijo del mismísimo diablo. No sé cuántas veces intenté acabar con aquello pero nunca fui capaz de hacerlo. Eventualmente, la idea de que este futuro bebé, inocente a pesar de su padre, pasase por lo mismo que yo, me animó a luchar y a poner resistencia. Con el paso de los meses, él se enteró y pude ver cómo algo cambiaba. Cada vez era más violento, me trataba con más desprecio y me odiaba más. Trataba de no darme en la barriga, a pesar de que repetía continuamente lo que despreciaba a esa criatura por la desgraciada madre que tenía. Supe lo que significaba ese cambio. Me iba a matar. Me va a matar. No puedo explicarlo pero sé que, en el momento en el que tenga al bebé, se deshará de mí.
No soy tu típica chica adolescente, ni siquiera sé si soy una adolescente ya; soy la chica invisible, la chica en la que nadie fija su vista o sus pensamientos por más de dos segundos. Y créeme, eso no es un problema. Porque si tú supieses lo que yo sé, si tú estuvieses tan rota por dentro como lo estoy yo, no querrías que nadie te viera realmente. Sin embargo, hubo una vez en la alguien reparó en mí y, ojalá nunca lo hubiese hecho porque se convirtió en mi peor pesadilla. Me llamo Alejandra Ripoll y te he contado mi historia. Sé que el contenido de esta carta no es agradable, nadie quiere oír estas cosas pero moriré pronto y no puedo permitir que mi sufrimiento quede impune y pase al olvido. Seas quien seas, si estás leyendo esto, te ruego que busques justicia.
Dieciséis años después, Carla terminó de leer la carta que había encontrado tras un armario y trató de asimilar el desgarrador contenido de la misma. Oyó un ruido escaleras arriba y la escondió rápidamente, su padre estaba en casa. Su padre... Marc.


HISTORIA DE UN FRACASADO
 “La vida es el peor boxeador al que puedes enfrentarte. Tenemos la fea costumbre de aguantar sus acometidas y, observar como las solitarias y oscuras sillas que adornan el exterior del peor cuadrilátero al que puedes retar, pero nunca vencer, se burlan incesantemente de ti, con la dura respuesta del silencio. La vida golpea duro y en muy raras ocasiones te deja fuera del combate, algunas personas son capaces de bloquear sus ataques y lanzar golpes críticos a esta gran luchadora, se burlan de ella, pero eso sólo es aparente. Lo que en realidad busca esta nefasta amiga es que bajes la guardia porque los directos que asesta provocan más ecos que cualquiera del que seas protagonista.
A veces en la vida, pasamos una mala racha, te sientes más solo que nunca y te preguntas qué pintas sobre ese ridículo ring. Entonces tienes que reaccionar, te tiene contra las cuerdas, te tiemblen las canillas y ves como un guante rojo se aproxima a tu cara. Cierras los ojos. Los abres. No ves nada. Parpadeas. Y observas cómo tienes la lona frente a tus narices, te ha dado más fuerte que nunca, no podrás levantarte, pero eso lo piensas tú. En este momento tienes tres opciones: coger la blanca toalla que se encuentra a un metro de ti, como flotando sobre la segunda cuerda que delimita el ring. La segunda opción es quedarte rendido, esperar sobre la lona a que la vida te humille, te maltrate, te avergüence… y la última es levantarte más fuerte que nunca, con tu debilidad como protagonista, y seguir sirviendo de saco de boxeo. Lo más fácil es dejar de sufrir, pero giras la cabeza en la oscura soledad que engloba el combate y aparecen, tenues, las siluetas de tus seres queridos: tu mujer, tus hijos… todos han abandonado durante un instante su combate contra este rival invencible para apoyarte en este momento cruel. Te levantas y, ¡pum! Lo ha vuelto a hacer, te ha tumbado y ahora no tienes fuerzas para levantarte. El puntito microscópico que se vislumbraba al final del túnel ha desaparecido para dejar entrar a la mejor de las oscuridades, cuya banda sonora preferida es el silencio. No puedo más, es el fin…”
-Ponme otra cerveza –digo a Pepe con la crueldad del enfado que me tiene absorbido.
-¿Otra más? Creo que ya has bebido demasiado –sugiere el que había sido mi compañero de faenas en la primera fase de mi vida.
No contesto, me limito a levantarme y caminar con suavidad y silencio hacia la esquina derecha del local. Sé que Pepe tiene que venir a cambiar la bombilla que se encuentra sobra la mesa 12, pero ahora quiero hablar con la soledad y mi única compañía deseo que sea la perfecta oscuridad.
Ya sentado repito una y otra vez las siguientes palabras atronadoras que invaden mi cabeza: “Está con otro… ¡cómo es posible!” Quiero explicaros lo que me ocurre, pero el dolor me impide hacerlo. Mi corazón ha desaparecido, en el momento que me enteré… ¡Puf! Me desmorono. Comienzo a sollozar. Esto es más grave de lo que pensaba. ¿Yo llorando por una mujer? Nunca me había pasado. Yo era el típico cabronazo con las mujeres, aquel pícaro que todo lo podía conseguir, el que las dejaba desechas si mi respuesta era una negativa, y ahora yo sufriendo por ella, que no era más especial que las demás… He encontrado los trozos de mi corazón, están esparcidos como cenizas en la chimenea del amor, ya no funciona. No oigo ese bumbum que retumbaba en mis entrañas cuando la veía. Estoy intentando averiguar en qué fallé.
Pepe se acerca, me pregunta si me encuentro bien, mi cabeza se balancea verticalmente pero de mi boca, empapada por las amargas lágrimas que abandonan mis ojos cristalinos para morir en los contornos de mis labios, no sale ninguna palabra.
-No te merece –intenta animarme Pepe- ya sabes cómo son las mujeres…
Me vuelvo a desmoronar.
-Lo peor es que ella lo merece todo- balbuceó sin abrir demasiado mis labios.
- Sara no te merece, tú has estado con mejores mujeres…- intenta consolarme de nuevo- siempre te he visto hacer sufrir a las mujeres, reírte de sus largas depresiones, de sus angustias sin fin, y ahora eres tú quien lo sufre. Me vas a contar ahora mismo qué te ocurre.
De la mesa 3 un cliente llama a mi amigo Pepe, es el único camarero que atiende hoy en la Taberna Del Tío Pepe fundada por su abuelo, así que me tiene que abandonar, pero me promete que su ausencia será breve, que pronto acudirá de nuevo a oír mi historia al completo.
Pepe tiene 28 años y una vitalidad propia de un chicuelo. Su cuerpo esbelto no pará de atender clientes y de rondar de un lado a otro de la barra. Fuimos compañeros en la escuela y desde entonces no nos separamos. Es uno de esos “amigos de toda la vida” por los que vale la pena dejarse la piel. Es sencillo conocer que Pepe conocía mis sentimientos por Sara. Sara fue siempre el amor de mi vida y tras la última alusión de Pepe instantes anteriores, mi cabeza, desunida desde esta mañana de mi corazón, había formado su retrato y me disponía a pensar en ella.
Sara era la mujer más impresionante que había conocido. No era ni de lejos la mujer con más belleza o con mejor cuerpo que había conocido. Ella no me gustaba como las demás, ella me había subido a mi corazón a la cima del pico más alto del planeta y me había colgado por una cuerda, esa sensación de adrenalina era lo que sentía cada vez que estaba en su presencia. Las palabras se me mezclaban, mi todavía vital corazón buscaba la salida a través del pecho para observarla como mis ojos lo hacían, la boca se me secaba y tartamudeaba. Nunca había soñado con una mujer, pero desde aquel momento no he vuelto a soñar con otra. Era la mujer de mis sueños. La conocí en el colegio, cuando tenía 8 años y desde el primer día me enamoré. Esto fue siempre motivo de burla de Pepe, pero lo respeto, en aquella época ninguno de los dos sabíamos lo que era el amor. De ella me enamora su todo, no puedo resaltar una cualidad, bueno si puedo, su forma de ser. Es espectacular. Simpatía y alegría son sus apellidos. Nunca la he visto enfadarse, su base de vida es el humor y su sonrisa es cautivadora. Es la parte de su cuerpo que más me gusta, su sonrisa. Además con ella no pienso como con las demás, siempre que ha surgido la opción de establecer algo con ella en mi cabeza, era largo y sin prisa, sólo sabía que quería que saliese bien. Era ella, era perfecta, la mujer de mis sueños…
En aquel momento, una cálida palmadita en la espalda me despertó de mis cavilaciones. Pepe, como buen amigo, me apoyaba en estos momentos duros y había confirmado lo evidente con ese icono gestual. Pepe apoyó sobre la mesa el móvil por el que hacía dos segundos había estado hablando en la cocina. Pepe, empeñado en su acción me repitió la misma cuestión con la que me había abandonado hacía quince minutos:
-¿Qué pasó con Sara?
No me mostré muy reacio a responder e involuntariamente le obligué a reformular la pregunta:
-¿Por qué estás tan triste? –canturreó con ese acento tan madrileño que caracterizaba a los individuos del barrio de Carabanchel.
Una mezcla de emociones explotó en mi interior, todas de una intensidad abrumadora, y me lancé a contarle el motivo de mi desgracia, de haber tocado fondo:
-He visto a Sara con otro. He visto a Sara besándose con otro y noto como mi vida se ha acabado, igual no físicamente, pero quizás sí emocionalmente. Esa sonrisa ya no podrá ser mía, ¿sabes? – Comencé a sollozar de nuevo y Pepe en un gesto noble de amistad me abrazó, ya en sus brazos continué balbuceando- era perfecta y yo me cagué Pepe. No tuve valor para decirla lo que siento. Estaba tan enamorado que prefería continuar con su amistad ante la posibilidad de eliminarla de mi vida, ante la negación de una posible relación. Yo la quería, ¿sabes?- me separé un poco de sus brazos y observé cómo afirmaba con un gesto compasivo- yo la quería, la quiero y la querré. Pero ya no puedo mostrar más síntomas de debilidad. Ella debe ver que no me importa, se acabó. Ella debe ser feliz y yo debo apoyarla. Quiero mantener su amistad.-Me vuelvo a derrumbar- ¿Por qué fui tan tonto? No podré volver a mirar su cautivadora risa, sus carnosos labios, sus perfectos ojos… de la misma manera en que lo hacía. La amo, la amo, la amo tanto que no sé cómo explicar esto que siento. Si pudiera verla una vez más, si pudiera decirla todo lo que siento, si pudiera abrazarla, besarla…quererla, pero eso ya es imposible…
-Eso tiene fácil solución- me interrumpió Pepe en mi monólogo angustioso- dile todo lo que sientes, quema tu última carta…
Pepe en ese momento cogió el celular de la mesa y se lo pegó a la oreja, avanzó rápidamente y pude observar como tenía interés de que no me enterase de los detalles de esa conversación. Pero a mí eso no me importaba.
“No sé si tendré suficiente valor” pensé. Allí donde todos veían esa coraza emocional, indestructible por cualquier ofensa, fuerte e incluso egocéntrica, yo me conocía como alguien sensible, capaz de hundirse por una mala opinión que le incluyera, pero había creado mi coraza, la gente debía verme fuerte y así evitaría muchos problemas. Era, por lo tanto, una persona débil. Y en esta ocasión, no tenía suficiente valor para soportar aquel encuentro.
Llevaba media hora pensando sobre la posibilidad de desvelar mis sentimientos a Sara y sobre la manera en que lo podía hacer. Estaba reflexionando con los ojos cerrados sentado en la misma mesa oscura, la mesa 12. Apoyada toda mi espalda contra el respaldo y mi cabeza tocando la pared, no me imaginaba lo que estaba a punto de ocurrirme. Mis labios se empaparon y no estaba llorando. Estaban probando una textura que hasta entonces no conocía. Sentí un rostro de una persona cerca del mío. Abrí los ojos e intenté vislumbrar quién era. No podía creerlo. Decidí no buscar ninguna explicación y cerré los ojos, y me limité a disfrutar aquel momento que tanto había imaginado, y que ahora que estaba pasando mejoraba con creces el mejor de mis sueños. Los clientes del bar se quedaron estupefactos, y siguiendo los pasos del dueño del establecimiento, comenzaron a aplaudir. Dos minutos de un intenso aplauso y una escena tan emotiva que podría superar la escena de cualquier película de amor de Hollywood. Parecía que no íbamos a separarnos nunca, pero me surgió una pregunta que debía realizar.
-¿Por qué ahora?- quizás no significase nada pero los dos nos entendíamos. Era suficiente.
Sara miró a Pepe y sacó el móvil del bolso. Comprendí entonces la finalidad del móvil sobre la mesa que Pepe había dejado durante mi declaración de amor y caí entonces en la cuenta de que tras darme el último consejo no descolgó el móvil, sino que siguió la conversación como si nunca se hubiese parado.
-Yo también te quiero y te he querido siempre- me dijo mi amor- pero no entiendo por qué no has tenido el valor de decírmelo. Yo te creía inalcanzable, había renunciado por completo a ti.
Nos cogimos de la mano y miramos a Pepe agradecidos, Cupido si existía. Nos cogimos de la mano y nos fuimos acercando hacia la puerta, nos volvimos a besar. En ese momento, a punto de cruzar la puerta pensé: “¡Cómo cambia la vida!” en ese momento me separé, di marcha atrás y volví hacia la mesa número 12. Pepe todavía no había recogido lo que había dejado allí. Cogí la servilleta y taché la última línea que había escrito y añadí: “A veces una caída es imprescindible para levantarte, a veces el fin es el principio de algo nuevo, a veces la luz en el túnel la tienes que crear tú. Sé que no voy a ganar mi combate a la vida pero he decidido seguir encajando golpes. He estado contra la lona y ahora quizás me toque golpear un poco. El cuadrilátero se ha iluminado un poco más y ahora puedo ver con claridad las gradas repletas de apoyo. Puedo ver en primera fila a Sara, junto a mis padres. Y veo que detrás de mi esquina está mi mejor apoyo, el que me ha permitido seguir en combate, mi Cupido. Puede que la vida se esté burlando de mí, pero voy a aprovechar la oportunidad de golpear que me ha otorgado”
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario