PRIMERA CATEGORÍA (1º Y 2º DE ESO)
PRIMER PREMIO: Y AHORA DESDE ARRIBA.
AUTORA: SARA RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ (COLEGIO SAGRADOS
CORAZONES)
SEGUNDO PREMIO: MOHAMED, UN HÉROE DE GUERRA
AUTOR: MARCOS SOMOHANO TAMAYO (IES MARQUÉS DE SANTILLANA)
SEGUNDA CATEGORÍA (3º Y 4º DE ESO)
PRIMER PREMIO:
DESIERTO
SEGUNDO PREMIO: LUCES Y SOMBRAS
AUTORA: CLAUDIA REVILLA GUTIÉRREZ (COLEGIO CASTROVERDE)
TERCERA CATEGORÍA (1º Y 2º DE
BACHILLERATO)
PRIMER PREMIO: SUEÑO O PESADILLA
AUTORA: CRISTINA ALONSO DOSAL (IES MARQUÉS DE SANTILLANA)
SEGUNDO PREMIO:
HISTORIA DE UN FRACASADO
AUTOR: JUAN CARLOS CORDERO VÁZQUEZ (IES MARQUÉS DE
SANTILLANA)
sigue leyendo
Y AHORA DESDE ARRIBA
-¡Uf,
vaya días hemos tenido! Al fin hoy parece que amanece todo tranquilo. He tenido
un invierno de lo más movidito. Espero que, a partir de ahora, todo empiece a
ser un poco más tranquilo y con sol.
Llevo
ya algún tiempo en lo alto de este tejado, acompañado de una familia de
cigüeñas, que viven en el campanario de la iglesia. A veces me resultan un poco
ruidosas y algo casquivanas. Se pasan mucho tiempo fuera del nido, escarbando
en los prados con su pico.
Como podéis comprobar mi vida ha cambiado
mucho. Antes lo veía todo desde abajo y ahora todo desde arriba. El cambio me
ha gustado, la verdad es que en ningún momento me podía imaginar qué iba a ser
de mí, una vez que Pedro me depositó en el contenedor de las latas y
recipientes. Allí me encontré con cachivaches de los más diversos colores y
formas. No fue mucho tiempo el que pasé en aquel cajón oscuro, pues cuando
empezaba a ser apretujado por otros, vino un camión y ¡Plaf! a dar vueltas. No
os puedo contar mucho del trayecto, pues me sentía completamente mareado.
Algunos chillaban, otros se reían a carcajadas: yo no sé en qué grupo estaba.
Cuando volví a tener conciencia, estaba completamente aplastado, como una
tortita pero sin nata. Después volvieron otra vez las vueltas y más vueltas.
Pasé por sitios donde o pasaba calor o me congelaba, todo dependía de lo que
tuviera cerca. Y así fue cómo de esa manera me fueron dando forma, pintando de
colores y, cuando todo el mundo estuvo de acuerdo me metieron en una caja con
otros gallos como yo y acabé en el escaparate de una tienda de regalos.
Allí
me pasé todo el verano. Sin duda, fue muy entretenido, pues veía muchos
zapatos, y también a quienes los calzaban.
Volví a ver algunos de cordones, manoletinas, de goma y mis favoritos,
los de charol. Intenté reconocer a algunos de quienes los llevaban, pero no lo
conseguí. Desde dentro del escaparate no se podía oír nada, y yo también los conocía por su voz. Fue un tiempo
frustrante, pues estaba muy familiarizado con ellos. Habían sido mis amigos,
aunque ellos quizá no lo supieran. Cuando el sol daba de plano en el cristal,
el dueño de la tienda echaba el toldo y ya no se veía nada, por lo que me
dedicaba a descansar y disfrutar de la siesta.
Había momentos en los que añoraba
el bar de Pedro, pero en otros estaba muy distraído con todo lo que se movía
frente a mí.
Con
la llegada del otoño, alguien llegó a la tienda interesado en comprar una
veleta. Yo no sabía qué era una veleta, hasta que el dueño se me acercó, me
cogió y me llevó hasta el mostrador donde había otras cosas a las que también
llamaban así. Aquel hombre de gorra azul me cogió, me miró y remiró; por
arriba, por abajo. Decía cosas muy altisonantes: "Tiene un buen porte,
resulta apuesto y señorial". Yo de esto nada entendía, hasta que el dueño
dijo: "¡Sí, es muy bonito! Entonces, comprendí que mi nuevo amo, me iba a poner en un lugar
muy especial en su casa.
Y
así fue cómo acabé en lo alto del tejado.
A
lo largo de la semana no veo mucho a Diego, mi dueño, sino que veo más a una
niña, que sale de casa con un carrito y a la vuelta viene a rebosar de
comida. Otras veces Diego viene y se
queda contemplando como giro y giro sin parar para mirar la dirección del
viento, pero como él dice estribor, proa y babor, porque como es marinero está
acostumbrado a esas cosas, pero yo como soy una simple veleta no lo entiendo.
Diego
a veces viene con una chica, que me parece recordar que se llama Carlota, pero
su traje es distinto que el de Diego porque tiene muchas estrellas y medallas,
y el color es distinto también. El de ella es azul marino y lleva un sombrero
grande.
Esta
tarde no los he visto. En cambio, había unos niños jugando al balón en el patio
del vecino. Con lo tranquilo que estaba, y vienen los pájaros que me ponen todo
perdido y, claro, me tiene que limpiar. Ya por la noche viene Diego y Carlota,
como de costumbre, pero Diego se ha parado en la entrada y se ha arrodillado.
Ha sacado una cajita de su bolsillo y le
ha dicho algo, tendría que ser muy importante porque Carla se ha puesto muy
contenta y le ha abrazado.
En
estos meses veo muy contento a Diego, hasta va dando pequeños saltitos hacia su
coche para ir a trabajar. Creo que es la única persona que va contenta a
trabajar, porque en el trabajo o en la escuela siempre hay gente que hace la
vida imposible.
En
estos meses he visto muchas cosas, como el perro nuevo de la vecina de enfrente, la piscina del pueblo…
y muchas cosas más de las que no me acuerdo.
Al
final, llegó el día de la boda después
de tantos preparativos, que si estas flores, que si estas servilletas… y demás.
Carlota
salió primero de casa, digo yo que para llegar a la iglesia y seguido Diego.
Pasó
un buen rato, y llegaron, pero muy
tarde, para salir enseguida con un montón de maletas, pero parecían casi todas
de Carlota por no decir todas.
Después
de unos días, vienen del viaje. Yo en ese tiempo, había visto diferentes cosas
como, por ejemplo, la mudanza de los señores Díaz con las pequeñas Cristina y
Martina. Todo el día jugando a disfrazar a su perro de caballero para salvar a
la princesa. Pero eso no es lo mejor; en su tejado hay otra veleta con forma de cerdita. Y la señora María que
sus nietos la cuidan y la miman.
Un
día, Carlota se tiene que ir a una misión especial al océano Pacífico durante
una semana, mientras que Diego se tiene que quedar en casa esperando a que
llegue.
Después
de pasar la semana, viene Carlota. Las cosas han cambiado mucho de cómo eran antes a ahora: ahora se oyen gritos y demás,
veo venir camiones de mudanzas, y también como salen maletas…
Al
final Diego vendió la casa, y yo me quedé aparcado en el trastero sin poder ver
las cosas cotidianas de la gente.
MOHAMED,
UN HÉROE DE GUERRA
Me
llamo Mohamed y vivo en Mashhad, una ciudad de Irán.
Mi
relato empieza en 2009, cuando yo tenía 8 años. Aunque en mi país había guerra
yo nunca la había visto de cerca hasta que un día empecé a oír gritos, disparos
y una gran explosión golpeó mis tímpanos. Los militares habían entrado
inesperadamente en la ciudad. A mí, al igual que otros niños, me capturaron en
la calle mientras jugaba; a otros les sacaron de las escuelas o de sus casas.
Nos obligaron a formar y, a los más valientes que se atrevían a escapar, les
disparaban y mataban sin piedad. Tuve miedo.
Entre
el ambiente desolador del humo de las casas que habían empezado a arder, los
escombros que se agolpaban sobre el suelo y los cuerpos de algunos muertos, destacaban
los gritos de los soldados pidiéndonos que saliéramos de la ciudad. ¡Qué habría
sido de mi familia!. ¡Aunque hubieran sobrevivido, nunca volvería a verlos
porque ir en mi busca significaría su muerte!.
Nuestra
aldea era humilde pero se habían encargado de saquear todas las cosas de valor
y nos obligaron a caminar con ellas por el campo durante días y noches, sin
apenas comida ni agua. No sabía dónde nos llevaban ni por qué teníamos que
andar tanto. Parábamos de vez en cuando para descansar y dormíamos al borde del
camino agotados por el cansancio aunque el dolor y la tristeza apenas nos permitía
pegar ojo.
Una
tarde por fin llegamos al campamento donde estaba la base de los militares. Nos
distribuyeron en grupos y nos adjudicaron diferentes jefes. A mí me tocó servir
de ayudante a un capitán. Tenía que lavar ropa, buscar leña, ir a recoger agua,
hacer la comida y limpiar la tienda. Cuando caía la noche dormía fuera, sobre
el suelo, pegado a otros niños para conservar el calor; nos tapábamos con una
manta raquítica y vigilábamos que no ocurriera nada a nuestro alrededor.
Así
estuve un tiempo, cumpliendo humildemente con mis obligaciones, mientras los
adultos iban y venían de sus luchas aunque nada me interesaba el éxito de la
batalla. Había perdido todo contacto con mi familia -a quien nunca olvidé-, empecé a hacer nuevos
amigos y me acostumbré a vivir cómodamente. Pero un día nos agruparon a todos
los niños y nos mandaron que nos pusiéramos en marcha. Caminamos por largos
senderos hasta que llegamos a nuestro destino, un campo de entrenamiento.
Entonces nos dijeron que nos iban a convertir en soldados; sólo así seríamos
auténticos hombres.
Durante
un tiempo nos enseñaron a disparar, a preparar explosivos y emboscadas, a
atacar y defendernos, a camuflarnos en la selva, a sobrevivir… y, sobre todo, a
tener valor. De vez en cuando nos daban charlas para explicarnos que estábamos
allí para luchar por la libertad y para que todo el mundo fuera feliz. Al
principio yo me lo creí y pensé que valía la pena sacrificarse.
Cuando
nuestros jefes pensaron que ya estábamos listos para luchar, una noche nos llevaron
ante una especie de hechicero. Éste nos hizo un conjuro, nos pasó unas hierbas
y piedras mágicas por el cuerpo y nos dijo que nos darían poder. A partir de
ese momento éramos invencibles, las balas del enemigo nunca nos tocarían y, por
tanto, no moriríamos en combate porque una especie de Dios nos protegería. Solo
si durante la batalla intentábamos huir, dejaría de protegernos. En ese momento
sentí que era fuerte y que no volvería a tener miedo.
De
vuelta al campamento nos entregaron el uniforme de soldado y, por un momento,
me vi mayor pero el verdadero poder le sentí cuando nos proporcionaron un arma.
A
los pocos días nos llamaron para nuestro primer encargo. Nos esperaba el
enemigo. Pensaba que el primer día de combate tenía que ser importante para un
soldado pero me sentía nervioso y angustiado.
Partimos
al amanecer. Avanzamos entre las montañas y mientras caminábamos hacia nuestro
objetivo me iba emocionando al reconocer el paisaje que me llevaba de vuelta a
mi ciudad. Había sido reconstruida tras el ataque y solo pensaba en cuál sería
nuestra misión allí. ¿Tendría que enfrentarme a mis amigos? ¿Secuestrar a
nuevos niños? Y mi familia ¿qué habría sido de ella?.
Se
nos ordenó atacar, coger las cosas de valor y buscar nuestras casas para
terminar con los que allí estuvieran. Cuando llegué a la mía, me vi cara a cara
con mis padres y alguno de mis hermanos. Me sentí aliviado; estaban vivos. Sus
rostros reflejaban miedo y terror y las lágrimas empezaban a brotar de sus
ojos. No se atrevían a acercarse a mí y yo no sabía qué hacer. Por un lado
quería abrazarles pero, por otro, tenía miedo de que me viesen como un rebelde
y me mataran.
Los tenía en el punto de mira para disparar pero no
podía hacerlo; no podría vivir con el remordimiento y la pena el resto de mis
días. Salí corriendo y me escondí entre unos matorrales. Pero los
soldados me habían visto y me seguían. Cada vez se acercaban más y más. Me
dispararon, me hirieron en una pierna y perdí el conocimiento. Cuando desperté,
me habían hecho prisionero. Fui llevado con los demás heridos a un hospital en
donde permanecí dos meses. Un médico me dijo que necesitaba descansar para
reponer fuerzas puesto que estaba herido y había perdido mucha sangre. Mientras
estuve en la camilla me dio tiempo para reflexionar y darme cuenta de que no
luchábamos por la libertad sino para conseguir dinero para los poderosos. Yo
tenía claro que no quería matar ni robar aunque me consideraran un traidor. Yo
quería que la guerra terminara. No era buena para nadie.
Por eso, de vuelta al campamento, intenté convencer
a alguno de mis amigos de que teníamos que salir de allí. Ellos tampoco eran
felices. Conocíamos bien el lugar y sabíamos que el mejor momento era la noche,
mientras los jefes dormían. Decidimos arriesgarnos y aplicar todo lo que
habíamos aprendido. Los prisioneros empezamos a rodar por el suelo. Nos
camuflamos entre los matorrales y con un bisturí que habíamos robado en el
hospital nos cortamos las cuerdas que ataban nuestros pies y manos. Pero
alguien se había dado cuenta de nuestra huida y nos empezaron a disparar.
Corrimos como nunca lo habíamos hecho y nos escondimos en una cueva para que
los militares perdieran nuestra pista. Esperamos un tiempo a que se calmara la
situación; sobrevivimos con lo que nos daba la naturaleza y, entonces,
decidimos regresar a nuestra ciudad.
Los
vecinos al vernos corrieron aterrados hacia sus casas pero les explicamos lo
que había sucedido. No lo podían creer. Daban saltos de alegría y nos aclamaban
como si fuésemos héroes de guerra. Inmediatamente nos perdonaron. Nosotros no
queríamos ser soldados. Nos habían preparado para disparar y matar pero nos
habían obligado. La pesadilla, por fin, había terminado.
Me
reencontré con mi familia y nos abrazamos.
A
partir de entonces nos dedicamos a enseñar a nuestro pueblo algunas de las
cosas que habíamos aprendido para que supieran defenderse de los ataques.
Poco
tiempo después oímos que se había firmado el alto al fuego.
Han
pasado algunos años desde que volví aunque nunca he olvidado aquella etapa de
mi vida. Y no puedo evitar sentir un gran odio contra los que cometen estas
crueldades con los niños y niñas y quiero ayudar para que nunca más se vean
forzados a ser soldados.
LUCES
Y SOMBRAS
Sábado 25 de Abril de
2015-22:45 p.m.
Al fijarme bien en la
gruta a la que voy a entrar veo que,
aunque mal definidos, se distinguen los rasgos de lo que podía ser una
gran cabeza tallada en la piedra, pero eso no me acobarda y entro a paso seguro
en busca de mi objetivo.
A medida que me voy adentrando
en la gruta, el pasillo terroso se vuelve más oscuro y lúgubre y me veo
obligada a encender una antorcha para alumbrarme de la que solo surge una
pequeña mecha, pero en vez de tranquilizarme me inquieta aún más debido a que
la débil luz parpadeante que emite refleja mi sombra en las húmedas y
claustrofóbicas paredes, como si me hallase dentro de un diamante pulido hasta
la saciedad y me viese reflejada en cada una de sus paredes.
Pero, a pesar del
miedo, avanzo a pasos rápidos por el pasillo hasta llegar a una bifurcación que
me hace detenerme y pensar mis posibilidades, entorno los ojos y fijo la vista
en el camino de la derecha. A lo lejos puedo distinguir una pequeña luz, así que
echo a correr desesperada por hallar la fuente de la luz; a mi camino las
paredes se vuelven de piedra, por lo que tengo el presentimiento de que he
tomado la dirección correcta.
A pocos metros de
llegar, me detengo y dejo que mi pulso y mi respiración, ambos desbocados, se
calmen devolviendo el silencio al pasillo, doy un paso y el eco me responde con
otro paso. Estoy tal alterada que, instintivamente, llevo las manos a la
empuñadura de mi espada y desenvaino, pero no puedo estar tan nerviosa, no tan
cerca, por lo que doy un paso…, y otro paso, y así hasta llegar al final del
pasillo para ver lo que me depara el camino que he escogido, guiándome por una
pequeña luz.
Al llegar veo una gran
sala de paredes de cristal de más o menos 30 metros cuadrados. Sin previo aviso
un escalofrío me recorre la espalda a la vez que súbitamente tengo la sensación
de estar siendo vigilada. Lentamente me doy la vuelta y mis temores se cumplen,
hay alguien esperándome.
Ese alguien va
encapuchado…
Y lleva una espada…
Esa espada…
Es la mía…
La reconocería en
cualquier parte, tiene la misma empuñadura de acero negro con las mismos
grabados en la piedra obsidiana que la embellece formando el pomo, la hoja
azulada es larga y fina como una hoja de papel, reconozco las melladuras que la
recorren hasta llegar a la guarda, que se curva en unos delgados hierros de los
que parte llegan hasta el pomo y sirven de protección para mi mano.
Estoy paralizada
mirando la espada de mi contrincante y no me percato de que ha dado varios
pasos y ahora está situado a pocos pasos de mí.
Lleva una capucha que
le cubre el rostro y la mayoría del cuerpo, pero aun así puedo ver que no está
hecho de carne y hueso, si no de algo oscuro y viscoso parecido a las sombras
de las que huía, como si fuese una recreación de mis temores. Entonces, con
lenta parsimonia se quita la capa que cae silenciosamente al suelo y puedo ver su rostro, un rostro que hace que
me cueste mantenerme en pie, reconozco la forma de la cara y la forma de la
boca, y a pesar de que sus ojos solo son dos huecos sangrientos también les
reconozco, porque ese rostro que hasta hace unos segundos estaba cubierto por
una capucha es el mío.
No me da tiempo a
recuperarme del impacto, porque sin darme tiempo a desenvainar se lanza hacia
mí con la espada en alto; de un salto poco elegante esquivo el ataque y me
coloco en posición, piernas separadas y flexionadas y la punta de la espada
hacia el corazón de mi objetivo con las
manos sujetando firmemente la empuñadura. Mi sombra vuelve a atacarme, pero
esta vez no la esquivo, giro la espada y detengo su estocada a pocos
centímetros de mi cabeza; contraataco y, de un salto, me coloco detrás de ella;
con rapidez hago una finta directa a su clavícula, pero se da la vuelta a la
velocidad del rayo y la detiene.
El entrechocar de
nuestras espadas resuena durante un largo rato hasta que, temiendo no aguantar
del agotamiento, retrocedo, en parte, obligada, en parte, estratégicamente,
hasta colocarme con la espalda contra la pared para no tener que preocuparme
tanto por cubrírmela. La sombra continúa atacándome sin piedad hasta que
consigo herirla con mi espada en la cadera, es apenas un arañazo, pero aun así
retrocede y me preparo para escapar cuando noto arder la cadera. Involuntariamente,
me llevo una mano para comprobar si tengo una herida y, cuando retiro la mano,
veo que la tengo manchada de sangre roja, pegajosa, de mi propia sangre…y me
doy cuenta: si hiero a mi sombra me hiero a mí misma…
Asustada, trato de huir,
pero mi sombra se abalanza sobre mí para atacarme de nuevo con más fuerza que
antes. De milagro logro repeler el golpe y salir corriendo hacia el pasillo,
pero cuando logro alcanzarla, mi sombra me ataca de nuevo llena de furia.
Aguanto unos cuantos golpes más sin intentar
contraatacar hasta que con un movimiento rápido, pero previsible, dirige su
espada hacia mi costado derecho. La detengo fácilmente, pero me doy cuenta de
la trampa cuando ya es demasiado tarde y ha lanzado el verdadero golpe contra
el lado izquierdo. A pesar de lograr detener el golpe, trastabillo y caigo
hasta caer tras mi espada, que ha salido volando del golpe, perdiéndose en el
pasillo
La veo cerca de mí y
trato de alcanzarla mientras mi sombra se acerca con la espada en alto y el
filo apuntando hacia mi garganta. Extiendo todo lo que puedo mi brazo y mis
dedos consiguen tocar la empuñadura; mi sombra está a dos pasos…, a uno. Recojo
mis brazos para darme el impulso necesario y apartarme justo cuando clava su
espada en el lugar donde me encontraba
segundos antes. A duras penas me pongo de pie y me vuelvo dispuesta a atacarla.
Nuestras espadas chocan, y tras un largo rato, encuentro un hueco en su
guardia. Sin parame a pensar en las posibles consecuencias, dirijo mi espada
hacia sus costillas con los dedos blancos de hacer fuerza sobre la empuñadura
dispuesta a acabar con ella de una vez por todas…y la espada encuentra un lugar
para hundirse…
Mi sombra llega
retrocediendo hasta la pared, donde se queda quieta con la cabeza caída, pero
aun así no suelto la espada ni la retiro hasta cerciorarme de que no puede
hacerme daño. Cuando lo hago, veo que se ha formado una macabra sonrisa blanca
en su cara oscura carente de sentido hasta que noto un dolor frío en el estómago
y bajo la vista…tengo su espada clavada en el vientre, retrocedo hasta que
caigo de rodillas y mi mente se pierde en el negro abismo de la muerte.
Domingo 26 de Abril del
2015-1:05 a.m.
Despierto en mi
habitación sudando y con la boca seca en un mare
magnum de mantas. Lo primero que hago es mirar si tengo alguna herida recorriendo
con los dedos fríos y temblorosos mi vientre, esperando encontrar una brecha
sangrienta, pero nada, todo ha sido una pesadilla…aunque ¡parecía tan real!
Me levanto a beber un
vaso de agua recorriendo el pasillo con los pájaros del miedo volando a mi
alrededor y al entrar en la cocina veo de refilón mi sombra, que parece tener
el reflejo de una sonrisa, pero cuando me doy la vuelta dispuesta a atacarla solo
la veo pacíficamente caída en el suelo,
unida a mis pies…No me puede hacer nada, porque solo puede imitar mis
movimientos…Todo ha sido un sueño…no ha ocurrido más que en mi mente.
Aún inquieta, vuelvo a
la cama y me percato de que no recuerdo el objetivo que tenía en el sueño, a lo
mejor solo pretendía aprender a defenderme de mí misma, porque una cosa tengo
clara: no hay mayor peligro que uno mismo. Si alguna vez vuelvo a soñar con
ello, mi objetivo será vencerme a mí misma y volverme más fuerte.
Aunque me da un poco de
miedo que pueda soñar, vuelvo a dormirme rápidamente.
Domingo 26 de Abril de
2015- 1:27 a.m.
Al fijarme bien en la
gruta a la que voy a entrar veo que, aunque mal definidos, se distinguen los
rasgos de lo que podía ser una gran cabeza tallada en piedra, pero eso no me acobarda
y entro a paso seguro en busca de mi objetivo, sujetando firmemente una
antorcha en la que arde una gran llama que ilumina el amplio cielo nocturno…
SUEÑO O PESADILLA
No soy tu típica chica adolescente; soy la
chica invisible, la chica en la que nadie fija su vista o sus pensamientos por
más de dos segundos. Y créeme, eso no es un problema. Porque si tú supieses lo
que yo sé, si tú estuvieses tan rota por dentro como lo estoy yo, no querrías
que nadie te viera realmente. Sin embargo, hubo una vez en la alguien reparó en
mí y su recuerdo nunca me abandonará. Me llamo Alejandra Ripoll y ésta es mi
historia.
Convivir con mi familia nunca fue fácil. El
día en el que mi vida cambió para siempre no fue una excepción. Me levanté al
oír el llanto desconsolado de un bebé. Lucas, mi hermano, debería haber comido
hace horas pero mi madre no parecía estar en casa como tampoco mi hermana
mayor. No me sorprendió; si había una ‘norma’ que se cumpliese en nuestra
familia era el egoísmo. Ambas estarían con el chico de la semana, estar en una
relación seria no era, ni de lejos, algo que estuviesen buscando. Otra
característica de nuestra familia era la incapacidad de establecer vínculos
afectivos verdaderos, ya fuese entre nosotras mismas o con cualquier otra
persona. La falta de cariño nunca me molestó pero el abandono que sufría Lucas
me enfurecía y me partía el corazón. ¿Cómo es posible ignorar y descuidar a una
criatura tan dulce e inocente? Lo estaba alimentando con lo que había podido
encontrar en la desierta nevera, cuando mi resacosa madre entró por la puerta. Los
momentos siguientes estuvieron cargados de reproches e improperios: una mañana
normal en la casa de las Ripoll.
Más tarde recibí la llamada de una amiga,
preguntándome si quería ir de compras. No le comenté que comprar no era algo
que me pudiese permitir y acepté. Necesitaba salir de aquella casa lo antes
posible. Mi único remordimiento era dejar a Lucas solo con esas arpías. Quedé
con Julia en el centro poco después y dimos una vuelta. Poder hablar de cosas
normales como una chica de mi edad con una amiga fue un soplo de aire fresco;
no me había dado cuenta de cuánto echaba de menos salir con mis amigos.
Mientras Julia iba a mirar cierta tienda
carísima de calzado, yo aproveché para ir al lavabo. Sin embargo, nunca llegué.
Estaba caminando cuando me choqué con un muro. Bueno, no un muro exactamente,
sino un pecho muy firme. Cuando por fin fui capaz de apartar la mirada de ese
majestuoso pecho, la persona a la que pertenecía ya me había dicho algo. Y
entonces mis ojos se encontraron con la mirada más verde que jamás había visto,
un color que me recordó a una pradera en un soleado día de verano. Mis mejillas
debían de echar fuego, estoy segura. El chico se debió percatar de que no me
había enterado de nada de lo que había dicho porque me dedicó una cálida
sonrisa y lo repitió. Se disculpó y se presentó como Marc. Apenas pude
mascullar alguna palabra, todavía en shock de que alguien como él pudiese estar
hablando conmigo. Sugirió quedar más tarde para remediar la forma en la que nos
habíamos conocido y, para mi sorpresa, no pude evitar aceptar felizmente.
Intercambiamos nuestros números y nos despedimos.
Volví a encontrarme con Julia pero no le
conté nada sobre mi encuentro con Marc. Todo parecía demasiado perfecto para
ser cierto y, en cierta medida, dudaba seriamente que lo fuese. En mi casa me
cambié de ropa e hice todo lo posible por arreglar mi aspecto, aunque con poco
éxito. Me encontré con Marc en una taberna del centro, un lugar perfecto para
hablar durante horas y, al parecer, con el compañero ideal para ello. Debo
decir que no acostumbraba a salir con chicos tan rápidamente pero lo cierto es
que no salía con chicos, de ninguna manera.
Conversamos durante lo que parecieron horas
y escasos minutos al mismo tiempo, nunca faltó un tema que nos interesase a
ambos. Él se mostró muy dulce y caballeroso todo el tiempo, preguntándome
continuamente si estaba a gusto o si quería ir a otro sitio. Ahora veo la gran
ironía en todo esto. Fuimos a cenar a un restaurante italiano y luego, a pesar
de no ser mi ‘rollo’, acepté bailar un rato en un pub cercano.
A la mañana siguiente, me desperté
desorientada y tras haber tenido una pesadilla aterradora. No podía recordar
nada pero mi cuerpo todavía estaba en alerta, como si me encontrase en medio de
ese sueño todavía. Poco sabía yo que mi pesadilla no había hecho nada más que
comenzar. Lentamente mis ojos se fueron haciendo a la tenue luz que alumbraba
la habitación en la que había despertado. Pude distinguir un colchón viejo,
sobre el que me encontraba, y algunas estanterías llenas de utensilios más al
fondo de la habitación. No lograba comprender dónde me hallaba o cómo había
llegado ahí; traté de hacer memoria pero cualquier recuerdo posterior a llegar
a aquel pub con Marc parecía fuera de mi alcance. Me sentía muy débil, todo el
cuerpo me dolía y tenía un desagradable
sabor metálico en la boca. Las luces se encendieron repentinamente y entonces
pude ver a Marc en la puerta con lo que parecía ser un minúsculo vaso de agua.
No lograba comprender nada de aquella situación. Esta vez, cuando me fijé en su
rostro, ya no era una sensación de calidez o felicidad la que me invadía sino
el más puro desprecio. Dejó el vaso en el suelo, la oscuridad llenó la
habitación y, al poco tiempo, esa misma oscuridad me tragó.
Pasé, lo que supongo que fueron varios días,
vagando entre mis pesadillas y el mundo real. Cada día estaba más débil y sólo
veía la luz cuando Marc entraba y dejaba el vasito de agua a unos centímetros
de mí. Notaba una resistencia que me obligaba a quedarme donde estaba y
descubrí que mi pie estaba esposado a una tubería. Una vez más, no entendía
nada. Marc parecía tenerme captiva en una especie de sótano pero ¿por qué? No
tenía sentido. Y entonces, durante una de mis pesadillas, me invadieron unas
imágenes demasiado dolorosas vívidas como para ser un simple sueño. Eran
recuerdos, terribles recuerdos de cómo Marc había abusado de mí en todas las
maneras imaginables aquella noche. Lloré durante horas y horas, sintiéndome
sucia y asquerosa. No quedaba una parte en mí que no pareciese estar podrida,
manchada. No podía ni mirarme.
Pensé que aquello era lo peor que me podía ocurrir
pero Marc comenzó a pasar más tiempo en el sótano. Parecía inmune a mis
lágrimas, gritos e insultos; simplemente se sentaba y me observaba mientras
reía en silencio. Y fue a peor, la pesadilla se había adueñado de cada momento
que pasaba despierta. La pesadilla se había convertido en mi vida.
Marc pasaba las noches en el sótano,
rompiéndome cada vez más hasta que ya no quedó nada de la chica que decidió
darse un respiro fuera de casa e ir de compras con su amiga. Poco después, a
los abusos físicos se sumaron los maltratos psicológicos. Cada día venía más
enfurecido y, al ver que ya no lloraba ni sollozaba pidiendo clemencia, se
encolerizaba aún más. No comprendía que ya no había nada en mí que pudiera
destrozar; había acabado con todo hace tiempo. Había días en los que la
esperanza de poder ver a Lucas algún día casi me devolvía las ganas de vivir,
de luchar, pero era una sensación efímera. Otras veces reía sin humor ante la
idea de cómo engañan las apariencias. Había conocido a un chico guapísimo, con
un exterior impoluto e inmediatamente lo había calificado como material de
ensueño. En realidad, desconcertada por un poco de atención, me encontraba
encerrada por un chico cruel, enfermo y podrido, material perfecto para la más
aterradora de mis pesadillas.
Pasado el tiempo, algo cambió en mí, podía
sentirlo. Podía sentir en mi interior como llevaba a otra persona. No me lo
podía creer, llevaba en mi vientre al hijo del mismísimo diablo. No sé cuántas
veces intenté acabar con aquello pero nunca fui capaz de hacerlo.
Eventualmente, la idea de que este futuro bebé, inocente a pesar de su padre,
pasase por lo mismo que yo, me animó a luchar y a poner resistencia. Con el
paso de los meses, él se enteró y pude ver cómo algo cambiaba. Cada vez era más
violento, me trataba con más desprecio y me odiaba más. Trataba de no darme en
la barriga, a pesar de que repetía continuamente lo que despreciaba a esa
criatura por la desgraciada madre que tenía. Supe lo que significaba ese
cambio. Me iba a matar. Me va a matar. No puedo explicarlo pero sé que, en el
momento en el que tenga al bebé, se deshará de mí.
No soy tu típica chica adolescente, ni
siquiera sé si soy una adolescente ya; soy la chica invisible, la chica en la
que nadie fija su vista o sus pensamientos por más de dos segundos. Y créeme,
eso no es un problema. Porque si tú supieses lo que yo sé, si tú estuvieses tan
rota por dentro como lo estoy yo, no querrías que nadie te viera realmente. Sin
embargo, hubo una vez en la alguien reparó en mí y, ojalá nunca lo hubiese
hecho porque se convirtió en mi peor pesadilla. Me llamo Alejandra Ripoll y te
he contado mi historia. Sé que el contenido de esta carta no es agradable,
nadie quiere oír estas cosas pero moriré pronto y no puedo permitir que mi
sufrimiento quede impune y pase al olvido. Seas quien seas, si estás leyendo
esto, te ruego que busques justicia.
Dieciséis años
después, Carla terminó de leer la carta que había encontrado tras un armario y
trató de asimilar el desgarrador contenido de la misma. Oyó un ruido escaleras
arriba y la escondió rápidamente, su padre estaba en casa. Su padre... Marc.
No soy tu típica chica adolescente; soy la
chica invisible, la chica en la que nadie fija su vista o sus pensamientos por
más de dos segundos. Y créeme, eso no es un problema. Porque si tú supieses lo
que yo sé, si tú estuvieses tan rota por dentro como lo estoy yo, no querrías
que nadie te viera realmente. Sin embargo, hubo una vez en la alguien reparó en
mí y su recuerdo nunca me abandonará. Me llamo Alejandra Ripoll y ésta es mi
historia.
Convivir con mi familia nunca fue fácil. El
día en el que mi vida cambió para siempre no fue una excepción. Me levanté al
oír el llanto desconsolado de un bebé. Lucas, mi hermano, debería haber comido
hace horas pero mi madre no parecía estar en casa como tampoco mi hermana
mayor. No me sorprendió; si había una ‘norma’ que se cumpliese en nuestra
familia era el egoísmo. Ambas estarían con el chico de la semana, estar en una
relación seria no era, ni de lejos, algo que estuviesen buscando. Otra
característica de nuestra familia era la incapacidad de establecer vínculos
afectivos verdaderos, ya fuese entre nosotras mismas o con cualquier otra
persona. La falta de cariño nunca me molestó pero el abandono que sufría Lucas
me enfurecía y me partía el corazón. ¿Cómo es posible ignorar y descuidar a una
criatura tan dulce e inocente? Lo estaba alimentando con lo que había podido
encontrar en la desierta nevera, cuando mi resacosa madre entró por la puerta. Los
momentos siguientes estuvieron cargados de reproches e improperios: una mañana
normal en la casa de las Ripoll.
Más tarde recibí la llamada de una amiga,
preguntándome si quería ir de compras. No le comenté que comprar no era algo
que me pudiese permitir y acepté. Necesitaba salir de aquella casa lo antes
posible. Mi único remordimiento era dejar a Lucas solo con esas arpías. Quedé
con Julia en el centro poco después y dimos una vuelta. Poder hablar de cosas
normales como una chica de mi edad con una amiga fue un soplo de aire fresco;
no me había dado cuenta de cuánto echaba de menos salir con mis amigos.
Mientras Julia iba a mirar cierta tienda
carísima de calzado, yo aproveché para ir al lavabo. Sin embargo, nunca llegué.
Estaba caminando cuando me choqué con un muro. Bueno, no un muro exactamente,
sino un pecho muy firme. Cuando por fin fui capaz de apartar la mirada de ese
majestuoso pecho, la persona a la que pertenecía ya me había dicho algo. Y
entonces mis ojos se encontraron con la mirada más verde que jamás había visto,
un color que me recordó a una pradera en un soleado día de verano. Mis mejillas
debían de echar fuego, estoy segura. El chico se debió percatar de que no me
había enterado de nada de lo que había dicho porque me dedicó una cálida
sonrisa y lo repitió. Se disculpó y se presentó como Marc. Apenas pude
mascullar alguna palabra, todavía en shock de que alguien como él pudiese estar
hablando conmigo. Sugirió quedar más tarde para remediar la forma en la que nos
habíamos conocido y, para mi sorpresa, no pude evitar aceptar felizmente.
Intercambiamos nuestros números y nos despedimos.
Volví a encontrarme con Julia pero no le
conté nada sobre mi encuentro con Marc. Todo parecía demasiado perfecto para
ser cierto y, en cierta medida, dudaba seriamente que lo fuese. En mi casa me
cambié de ropa e hice todo lo posible por arreglar mi aspecto, aunque con poco
éxito. Me encontré con Marc en una taberna del centro, un lugar perfecto para
hablar durante horas y, al parecer, con el compañero ideal para ello. Debo
decir que no acostumbraba a salir con chicos tan rápidamente pero lo cierto es
que no salía con chicos, de ninguna manera.
Conversamos durante lo que parecieron horas
y escasos minutos al mismo tiempo, nunca faltó un tema que nos interesase a
ambos. Él se mostró muy dulce y caballeroso todo el tiempo, preguntándome
continuamente si estaba a gusto o si quería ir a otro sitio. Ahora veo la gran
ironía en todo esto. Fuimos a cenar a un restaurante italiano y luego, a pesar
de no ser mi ‘rollo’, acepté bailar un rato en un pub cercano.
A la mañana siguiente, me desperté
desorientada y tras haber tenido una pesadilla aterradora. No podía recordar
nada pero mi cuerpo todavía estaba en alerta, como si me encontrase en medio de
ese sueño todavía. Poco sabía yo que mi pesadilla no había hecho nada más que
comenzar. Lentamente mis ojos se fueron haciendo a la tenue luz que alumbraba
la habitación en la que había despertado. Pude distinguir un colchón viejo,
sobre el que me encontraba, y algunas estanterías llenas de utensilios más al
fondo de la habitación. No lograba comprender dónde me hallaba o cómo había
llegado ahí; traté de hacer memoria pero cualquier recuerdo posterior a llegar
a aquel pub con Marc parecía fuera de mi alcance. Me sentía muy débil, todo el
cuerpo me dolía y tenía un desagradable
sabor metálico en la boca. Las luces se encendieron repentinamente y entonces
pude ver a Marc en la puerta con lo que parecía ser un minúsculo vaso de agua.
No lograba comprender nada de aquella situación. Esta vez, cuando me fijé en su
rostro, ya no era una sensación de calidez o felicidad la que me invadía sino
el más puro desprecio. Dejó el vaso en el suelo, la oscuridad llenó la
habitación y, al poco tiempo, esa misma oscuridad me tragó.
Pasé, lo que supongo que fueron varios días,
vagando entre mis pesadillas y el mundo real. Cada día estaba más débil y sólo
veía la luz cuando Marc entraba y dejaba el vasito de agua a unos centímetros
de mí. Notaba una resistencia que me obligaba a quedarme donde estaba y
descubrí que mi pie estaba esposado a una tubería. Una vez más, no entendía
nada. Marc parecía tenerme captiva en una especie de sótano pero ¿por qué? No
tenía sentido. Y entonces, durante una de mis pesadillas, me invadieron unas
imágenes demasiado dolorosas vívidas como para ser un simple sueño. Eran
recuerdos, terribles recuerdos de cómo Marc había abusado de mí en todas las
maneras imaginables aquella noche. Lloré durante horas y horas, sintiéndome
sucia y asquerosa. No quedaba una parte en mí que no pareciese estar podrida,
manchada. No podía ni mirarme.
Pensé que aquello era lo peor que me podía ocurrir
pero Marc comenzó a pasar más tiempo en el sótano. Parecía inmune a mis
lágrimas, gritos e insultos; simplemente se sentaba y me observaba mientras
reía en silencio. Y fue a peor, la pesadilla se había adueñado de cada momento
que pasaba despierta. La pesadilla se había convertido en mi vida.
Marc pasaba las noches en el sótano,
rompiéndome cada vez más hasta que ya no quedó nada de la chica que decidió
darse un respiro fuera de casa e ir de compras con su amiga. Poco después, a
los abusos físicos se sumaron los maltratos psicológicos. Cada día venía más
enfurecido y, al ver que ya no lloraba ni sollozaba pidiendo clemencia, se
encolerizaba aún más. No comprendía que ya no había nada en mí que pudiera
destrozar; había acabado con todo hace tiempo. Había días en los que la
esperanza de poder ver a Lucas algún día casi me devolvía las ganas de vivir,
de luchar, pero era una sensación efímera. Otras veces reía sin humor ante la
idea de cómo engañan las apariencias. Había conocido a un chico guapísimo, con
un exterior impoluto e inmediatamente lo había calificado como material de
ensueño. En realidad, desconcertada por un poco de atención, me encontraba
encerrada por un chico cruel, enfermo y podrido, material perfecto para la más
aterradora de mis pesadillas.
Pasado el tiempo, algo cambió en mí, podía
sentirlo. Podía sentir en mi interior como llevaba a otra persona. No me lo
podía creer, llevaba en mi vientre al hijo del mismísimo diablo. No sé cuántas
veces intenté acabar con aquello pero nunca fui capaz de hacerlo.
Eventualmente, la idea de que este futuro bebé, inocente a pesar de su padre,
pasase por lo mismo que yo, me animó a luchar y a poner resistencia. Con el
paso de los meses, él se enteró y pude ver cómo algo cambiaba. Cada vez era más
violento, me trataba con más desprecio y me odiaba más. Trataba de no darme en
la barriga, a pesar de que repetía continuamente lo que despreciaba a esa
criatura por la desgraciada madre que tenía. Supe lo que significaba ese
cambio. Me iba a matar. Me va a matar. No puedo explicarlo pero sé que, en el
momento en el que tenga al bebé, se deshará de mí.
No soy tu típica chica adolescente, ni
siquiera sé si soy una adolescente ya; soy la chica invisible, la chica en la
que nadie fija su vista o sus pensamientos por más de dos segundos. Y créeme,
eso no es un problema. Porque si tú supieses lo que yo sé, si tú estuvieses tan
rota por dentro como lo estoy yo, no querrías que nadie te viera realmente. Sin
embargo, hubo una vez en la alguien reparó en mí y, ojalá nunca lo hubiese
hecho porque se convirtió en mi peor pesadilla. Me llamo Alejandra Ripoll y te
he contado mi historia. Sé que el contenido de esta carta no es agradable,
nadie quiere oír estas cosas pero moriré pronto y no puedo permitir que mi
sufrimiento quede impune y pase al olvido. Seas quien seas, si estás leyendo
esto, te ruego que busques justicia.
Dieciséis años
después, Carla terminó de leer la carta que había encontrado tras un armario y
trató de asimilar el desgarrador contenido de la misma. Oyó un ruido escaleras
arriba y la escondió rápidamente, su padre estaba en casa. Su padre... Marc.
HISTORIA DE UN FRACASADO
“La
vida es el peor boxeador al que puedes enfrentarte. Tenemos la fea costumbre de
aguantar sus acometidas y, observar como las solitarias y oscuras sillas que
adornan el exterior del peor cuadrilátero al que puedes retar, pero nunca
vencer, se burlan incesantemente de ti, con la dura respuesta del silencio. La
vida golpea duro y en muy raras ocasiones te deja fuera del combate, algunas
personas son capaces de bloquear sus ataques y lanzar golpes críticos a esta
gran luchadora, se burlan de ella, pero eso sólo es aparente. Lo que en
realidad busca esta nefasta amiga es que bajes la guardia porque los directos
que asesta provocan más ecos que cualquiera del que seas protagonista.
A veces en la vida, pasamos una mala
racha, te sientes más solo que nunca y te preguntas qué pintas sobre ese
ridículo ring. Entonces tienes que reaccionar, te tiene contra las cuerdas, te
tiemblen las canillas y ves como un guante rojo se aproxima a tu cara. Cierras
los ojos. Los abres. No ves nada. Parpadeas. Y observas cómo tienes la lona
frente a tus narices, te ha dado más fuerte que nunca, no podrás levantarte,
pero eso lo piensas tú. En este momento tienes tres opciones: coger la blanca
toalla que se encuentra a un metro de ti, como flotando sobre la segunda cuerda
que delimita el ring. La segunda opción es quedarte rendido, esperar sobre la
lona a que la vida te humille, te maltrate, te avergüence… y la última es
levantarte más fuerte que nunca, con tu debilidad como protagonista, y seguir
sirviendo de saco de boxeo. Lo más fácil es dejar de sufrir, pero giras la cabeza
en la oscura soledad que engloba el combate y aparecen, tenues, las siluetas de
tus seres queridos: tu mujer, tus hijos… todos han abandonado durante un
instante su combate contra este rival invencible para apoyarte en este momento
cruel. Te levantas y, ¡pum! Lo ha vuelto a hacer, te ha tumbado y ahora no
tienes fuerzas para levantarte. El puntito microscópico que se vislumbraba al
final del túnel ha desaparecido para dejar entrar a la mejor de las
oscuridades, cuya banda sonora preferida es el silencio. No puedo más, es el
fin…”
-Ponme otra cerveza –digo a Pepe con la
crueldad del enfado que me tiene absorbido.
-¿Otra más? Creo que ya has bebido
demasiado –sugiere el que había sido mi compañero de faenas en la primera fase
de mi vida.
No contesto, me limito a levantarme y
caminar con suavidad y silencio hacia la esquina derecha del local. Sé que Pepe
tiene que venir a cambiar la bombilla que se encuentra sobra la mesa 12, pero
ahora quiero hablar con la soledad y mi única compañía deseo que sea la
perfecta oscuridad.
Ya sentado repito una y otra vez las
siguientes palabras atronadoras que invaden mi cabeza: “Está con otro… ¡cómo es
posible!” Quiero explicaros lo que me ocurre, pero el dolor me impide hacerlo.
Mi corazón ha desaparecido, en el momento que me enteré… ¡Puf! Me desmorono.
Comienzo a sollozar. Esto es más grave de lo que pensaba. ¿Yo llorando por una
mujer? Nunca me había pasado. Yo era el típico cabronazo con las mujeres, aquel
pícaro que todo lo podía conseguir, el que las dejaba desechas si mi respuesta
era una negativa, y ahora yo sufriendo por ella, que no era más especial que
las demás… He encontrado los trozos de mi corazón, están esparcidos como
cenizas en la chimenea del amor, ya no funciona. No oigo ese bumbum que
retumbaba en mis entrañas cuando la veía. Estoy intentando averiguar en qué
fallé.
Pepe se acerca, me pregunta si me
encuentro bien, mi cabeza se balancea verticalmente pero de mi boca, empapada
por las amargas lágrimas que abandonan mis ojos cristalinos para morir en los
contornos de mis labios, no sale ninguna palabra.
-No te merece –intenta animarme Pepe- ya
sabes cómo son las mujeres…
Me vuelvo a desmoronar.
-Lo peor es que ella lo merece todo-
balbuceó sin abrir demasiado mis labios.
- Sara no te merece, tú has estado con
mejores mujeres…- intenta consolarme de nuevo- siempre te he visto hacer sufrir
a las mujeres, reírte de sus largas depresiones, de sus angustias sin fin, y ahora
eres tú quien lo sufre. Me vas a contar ahora mismo qué te ocurre.
De la mesa 3 un cliente llama a mi amigo
Pepe, es el único camarero que atiende hoy en la Taberna Del Tío Pepe fundada
por su abuelo, así que me tiene que abandonar, pero me promete que su ausencia
será breve, que pronto acudirá de nuevo a oír mi historia al completo.
Pepe tiene 28 años y una vitalidad
propia de un chicuelo. Su cuerpo esbelto no pará de atender clientes y de
rondar de un lado a otro de la barra. Fuimos compañeros en la escuela y desde
entonces no nos separamos. Es uno de esos “amigos de toda la vida” por los que
vale la pena dejarse la piel. Es sencillo conocer que Pepe conocía mis
sentimientos por Sara. Sara fue siempre el amor de mi vida y tras la última
alusión de Pepe instantes anteriores, mi cabeza, desunida desde esta mañana de
mi corazón, había formado su retrato y me disponía a pensar en ella.
Sara era la mujer más impresionante que
había conocido. No era ni de lejos la mujer con más belleza o con mejor cuerpo
que había conocido. Ella no me gustaba como las demás, ella me había subido a
mi corazón a la cima del pico más alto del planeta y me había colgado por una
cuerda, esa sensación de adrenalina era lo que sentía cada vez que estaba en su
presencia. Las palabras se me mezclaban, mi todavía vital corazón buscaba la
salida a través del pecho para observarla como mis ojos lo hacían, la boca se
me secaba y tartamudeaba. Nunca había soñado con una mujer, pero desde aquel
momento no he vuelto a soñar con otra. Era la mujer de mis sueños. La conocí en
el colegio, cuando tenía 8 años y desde el primer día me enamoré. Esto fue
siempre motivo de burla de Pepe, pero lo respeto, en aquella época ninguno de
los dos sabíamos lo que era el amor. De ella me enamora su todo, no puedo
resaltar una cualidad, bueno si puedo, su forma de ser. Es espectacular.
Simpatía y alegría son sus apellidos. Nunca la he visto enfadarse, su base de
vida es el humor y su sonrisa es cautivadora. Es la parte de su cuerpo que más
me gusta, su sonrisa. Además con ella no pienso como con las demás, siempre que
ha surgido la opción de establecer algo con ella en mi cabeza, era largo y sin
prisa, sólo sabía que quería que saliese bien. Era ella, era perfecta, la mujer
de mis sueños…
En aquel momento, una cálida palmadita
en la espalda me despertó de mis cavilaciones. Pepe, como buen amigo, me
apoyaba en estos momentos duros y había confirmado lo evidente con ese icono
gestual. Pepe apoyó sobre la mesa el móvil por el que hacía dos segundos había
estado hablando en la cocina. Pepe, empeñado en su acción me repitió la misma
cuestión con la que me había abandonado hacía quince minutos:
-¿Qué pasó con Sara?
No me mostré muy reacio a responder e
involuntariamente le obligué a reformular la pregunta:
-¿Por qué estás tan triste? –canturreó con
ese acento tan madrileño que caracterizaba a los individuos del barrio de
Carabanchel.
Una mezcla de emociones explotó en mi
interior, todas de una intensidad abrumadora, y me lancé a contarle el motivo
de mi desgracia, de haber tocado fondo:
-He visto a Sara con otro. He visto a
Sara besándose con otro y noto como mi vida se ha acabado, igual no físicamente,
pero quizás sí emocionalmente. Esa sonrisa ya no podrá ser mía, ¿sabes? – Comencé
a sollozar de nuevo y Pepe en un gesto noble de amistad me abrazó, ya en sus
brazos continué balbuceando- era perfecta y yo me cagué Pepe. No tuve valor
para decirla lo que siento. Estaba tan enamorado que prefería continuar con su
amistad ante la posibilidad de eliminarla de mi vida, ante la negación de una
posible relación. Yo la quería, ¿sabes?- me separé un poco de sus brazos y
observé cómo afirmaba con un gesto compasivo- yo la quería, la quiero y la
querré. Pero ya no puedo mostrar más síntomas de debilidad. Ella debe ver que
no me importa, se acabó. Ella debe ser feliz y yo debo apoyarla. Quiero
mantener su amistad.-Me vuelvo a derrumbar- ¿Por qué fui tan tonto? No podré
volver a mirar su cautivadora risa, sus carnosos labios, sus perfectos ojos… de
la misma manera en que lo hacía. La amo, la amo, la amo tanto que no sé cómo
explicar esto que siento. Si pudiera verla una vez más, si pudiera decirla todo
lo que siento, si pudiera abrazarla, besarla…quererla, pero eso ya es
imposible…
-Eso tiene fácil solución- me
interrumpió Pepe en mi monólogo angustioso- dile todo lo que sientes, quema tu
última carta…
Pepe en ese momento cogió el celular de
la mesa y se lo pegó a la oreja, avanzó rápidamente y pude observar como tenía
interés de que no me enterase de los detalles de esa conversación. Pero a mí
eso no me importaba.
“No sé si tendré suficiente valor”
pensé. Allí donde todos veían esa coraza emocional, indestructible por
cualquier ofensa, fuerte e incluso egocéntrica, yo me conocía como alguien
sensible, capaz de hundirse por una mala opinión que le incluyera, pero había
creado mi coraza, la gente debía verme fuerte y así evitaría muchos problemas.
Era, por lo tanto, una persona débil. Y en esta ocasión, no tenía suficiente
valor para soportar aquel encuentro.
Llevaba media hora pensando sobre la
posibilidad de desvelar mis sentimientos a Sara y sobre la manera en que lo
podía hacer. Estaba reflexionando con los ojos cerrados sentado en la misma
mesa oscura, la mesa 12. Apoyada toda mi espalda contra el respaldo y mi cabeza
tocando la pared, no me imaginaba lo que estaba a punto de ocurrirme. Mis
labios se empaparon y no estaba llorando. Estaban probando una textura que
hasta entonces no conocía. Sentí un rostro de una persona cerca del mío. Abrí
los ojos e intenté vislumbrar quién era. No podía creerlo. Decidí no buscar
ninguna explicación y cerré los ojos, y me limité a disfrutar aquel momento que
tanto había imaginado, y que ahora que estaba pasando mejoraba con creces el
mejor de mis sueños. Los clientes del bar se quedaron estupefactos, y siguiendo
los pasos del dueño del establecimiento, comenzaron a aplaudir. Dos minutos de
un intenso aplauso y una escena tan emotiva que podría superar la escena de cualquier
película de amor de Hollywood. Parecía que no íbamos a separarnos nunca, pero
me surgió una pregunta que debía realizar.
-¿Por qué ahora?- quizás no significase
nada pero los dos nos entendíamos. Era suficiente.
Sara miró a Pepe y sacó el móvil del
bolso. Comprendí entonces la finalidad del móvil sobre la mesa que Pepe había
dejado durante mi declaración de amor y caí entonces en la cuenta de que tras
darme el último consejo no descolgó el móvil, sino que siguió la conversación
como si nunca se hubiese parado.
-Yo también te quiero y te he querido
siempre- me dijo mi amor- pero no entiendo por qué no has tenido el valor de
decírmelo. Yo te creía inalcanzable, había renunciado por completo a ti.
Nos cogimos de la mano y miramos a Pepe
agradecidos, Cupido si existía. Nos cogimos de la mano y nos fuimos acercando
hacia la puerta, nos volvimos a besar. En ese momento, a punto de cruzar la
puerta pensé: “¡Cómo cambia la vida!” en ese momento me separé, di marcha atrás
y volví hacia la mesa número 12. Pepe todavía no había recogido lo que había
dejado allí. Cogí la servilleta y taché la última línea que había escrito y añadí:
“A veces una caída es imprescindible para levantarte, a veces el fin es el
principio de algo nuevo, a veces la luz en el túnel la tienes que crear tú. Sé
que no voy a ganar mi combate a la vida pero he decidido seguir encajando
golpes. He estado contra la lona y ahora quizás me toque golpear un poco. El
cuadrilátero se ha iluminado un poco más y ahora puedo ver con claridad las
gradas repletas de apoyo. Puedo ver en primera fila a Sara, junto a mis padres.
Y veo que detrás de mi esquina está mi mejor apoyo, el que me ha permitido
seguir en combate, mi Cupido. Puede que la vida se esté burlando de mí, pero
voy a aprovechar la oportunidad de golpear que me ha otorgado”
No hay comentarios:
Publicar un comentario